mis manos huelen a tierra

Vale gon

En un cartelito al costado de la nube de notas escritas de puño y letra que responden la pregunta “¿qué es el territorio para vos?”, aparece el nombre de Vale Gon. Las notas, más de veinte, no tienen firma; alguna de esas es suya. Victoria Loos, la artista responsable de la instalación Tiempo de Escucha en el Centro de Arte de la UNLP, reunió las respuestas, registros de voces, videos de acciones pasadas y una gran montaña de tierra para ser sembrada. Vale no dice nada sobre su nota en la obra, pero nos descubre lo que le pasó en la inauguración.

Mis manos huelen a tierra –entendí luego–. Tiempo de Escucha fue un ritual de inicios y confluencias. Entrar en la sala, descender, bajar la frecuencia, ir hacia el suelo, encontrarme con alguien que no veía hacía tiempo, un músico luthier del barro. Para mi asombro, coincidir con él en la muestra era una variable necesaria –buena combinación, sonoridad y tierra–. Le dije que lo pensaba lejos, conversamos un rato. Me contó que le sucedió algo especial con un lugar en uno de sus viajes. El sitio le dijo que volviera y lo habitara. Ya tiene planeado el viaje de vuelta a Oaxaca en México. Pudo reconocer ese llamado, su decisión no fue solo por un pulso geográfico sino por el paisaje que derrama su gente.

Dentro del espacio de la obra –donde estábamos– había un cúmulo de tierra y semillas en cuencos dispuestos en cruz cósmica. Si pienso en el orden que sembré, creo que lo hice sobre mi luna taurina en la emocional CASA 4 y vi también cómo otras manos lo hicieron sobre otras energías. Hice un puente, las casas astrológicas son una división del espacio y el tiempo, un marco de referencia desde un punto de vista geocéntrico, una cartografía. Como dice Howard Sasportas “son algo así como la lente que enfoca y personaliza el plano planetario, adaptándolo al paisaje de la vida real, las casas hacen que la carta astral descienda a la Tierra”. Y allí estábamos, en la sala, haciendo un surco en la tierra con las manos. Como ofrenda, al unísono, en las paredes del espacio se desplegaban registros audiovisuales en celebración a la pacha. Esta experiencia fue descubrir la metáfora.

Territorio es… polisemia, ahora lo leo. Antes había escrito anónimamente otra respuesta en un papel para participar de la muestra a pedido de Victoria, otrxs también escribieron. Llamada Cartografía variable, la obra está compuesta de papeles pegados en el muro. En consonancia, sobre la pared contigua se puede escuchar la voz de un campesino de la comunidad de Rosario del Valle de Intag, en Ecuador. Nos cuenta sobre la relación con la tierra y sus recursos. Por espejo, también nos cuenta aquello que nos construye y nos define mejor. Son susurros al oído emitidos por pequeños parlantes –secretos viajeros pensé, por su tonada propia–. Los títulos de estos relatos breves nos dan algunos indicios: Se dice monte trata sobre el poder del conocimiento. Nacimiento, la problemática del territorio. Alimento, las bondades de la tierra. Producción vs. comercio, el avance de los agroquímicos. La necedad, aquí soy libre. 

Volví a oler mis manos, ahora parecían tierra mojada. Me explicó Victoria que las condiciones de la sala eran favorables para la germinación. Pensé en el riego con rocío de aquellas semillas sembradas en la tierra de la sala. En el tiempo de la materia veríamos los primeros brotes a mediados de abril.

Sentí confort y ternura ante el gesto de invitarnos a volver a buscar lo que la potencia de la semilla da. Como el llamado germinal de escuchar y reconocer el lugar que nos invita a habitar(nos).

Habrá que detenerse para sentir, el territorio es un cuerpo amoroso. 



                            
                    

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