la ilusión de un minuto

Amelia Pena

La última muestra de 2018 en Cariño fue una trampa. Llegué y encontré la sala vacía. Pensé ¿qué es esto?, ¿un espacio para charlar y encontrarnos? De repente, les autores de “So, despacio se vuelve nítido”, Franco Durante y Laura Valencia, interrumpieron mi divagar: “largamos, se abren las apuestas” y levantaron una tapa del piso, que dejó a la vista una carrera de caballitos de plomo. En el tumulto divisé a Amelia, diseccionando la escena.

Crónica de un no diciembre (musicalizado)

– Ahí está So
– No veo nada, es un espacio pelado
– Ahí, ahí… abajo
– Eso es creer

El arribo (suena piano)

Encendí el auto. Me gusta conducir a toda hora. Un ir. Casi siempre sola.

No pude llegar a la numeración de la cita ninguna de las dos veces. Me da un poco de risa porque en esa diagonal corta está mi rutina forense, la dirección es a una cuadra y media del laboratorio.

Supe que unos cuantos se perdieron. Es una intersección entre boulevard y diagonal. Eso puede ser algo.

Llegué a la esquina y no di más vueltas, estacioné.

Era fin de semana a la tardecita y percibí desolado al barrio. Sin embargo pensé en los caballos y sus cuidadores, en los laboratorios con un par de guardias semi dormidos y la morgue bien poblada de seres horizontales, también en los tantos hospitalizados y sus entornos. Hice el esfuerzo de pensar en esa población certera en la zona pero fue solo una idea; la sensación de descampe, de negocio cerrado, de poca vida continuaba.

Ahí (abajo alguien canta la nota RE)

Una expectativa alrededor de nada.

De horizontal recorriendo todos los ángulos del plano inclinado hasta lo vertical y… la hora cero de la Máquina. Un origen. Una exclamación musitada alrededor.

Examinamos y por algunas características ya se palpita cierta ansiedad.

Mientras que sus creadores despliegan el plan de juego, yo pienso en el ADN de la máquina. No sé, será la cercanía al laboratorio y sus resonancias –o la cercanía soy yo misma y mi subjetividad infectada por la tarea–.

Asocio el pool de variantes de los genes en una población y las combinatorias posibles en la generación siguiente. Así la máquina, un rejunte de objetos propios y objetos de conexión, seleccionados, buscados y seguramente azarosamente hallados. Esa es la máquina estática. Así su ADN.

En el intento de nominar su naturaleza, taxonómicamente estaría en la familia de las máquinas de juego: maquinae clandestinae, género y especie.

Inicio del juego. ¡Hagan sus apuestas!

La obra vive, su ADN se expresa por acción de los jugadores.

Cada tirada tiene un impulso distinto, una expectativa propia y un resultado casi único. La breve poesía de la ilusión de un minuto, la ilusión de la existencia del azar.

Hay un ritmo. Aparición de la máquina, apuestas, tiradas, ganadores y perdedores y descenso de la máquina. El tiempo es certeza, ya no es lo mismo que a la hora cero. No hay regreso.

El ADN de la máquina está modificado, los espectadores/jugadores –y algo más, siempre algo más– regularon, alteraron su sustrato original. No hay determinismo genético, hay resultados de interacciones en cada coordenada temporal.

Tendiendo a infinito (sonido silencio en las cabezas)

La noche jugando.

La noche afectando la Máquina, las máquinas.

Se pierde el número del ritmo de la convención.

Enterrar y exhumar la Máquina toda la noche.

La noche jugando.

La noche afectando la Máquina, las máquinas.

Se pierde el número del ritmo de la convención.

Enterrar y exhumar la Máquina toda la noche.

La noche jugando.

La noche afectando la Máquina, las máquinas.

Se pierde el número del ritmo de la convención.

Enterrar y exhumar la Máquina toda la noche.

Sigue.

Una descarga galvánica.

En una lúgubre noche de diciembre llegué al término de mis esfuerzos. Con una ansiedad que era casi agonía, recogí los instrumentos de vida que me rodeaban y me permitieron infundir una chispa vital a aquella cosa muerta yacente a mis pies. Eran ya las 3 de la mañana y mi candil estaba casi consumido cuando a su débil resplandor vi abrirse los ojos amarillentos de mi obra. Inspiró profundamente y un movimiento convulsivo le agitó las extremidades

Mary W. Shelley (1818) Frankenstein, Cap. V

Nos miró.

Rumiaba borracha de clorofila.

La escupió en nuestros ojos.

Ciegos, escuchamos.

So.

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