encuentro con el vacío

Maria Eugenia Bifaretti

El nuevo año la encontró a María Eugenia Bifaretti conociendo la obra de Juan José García en un espacio atípico. “Presenciar el desencuentro” es una casita construída en la intemperie del Club Hípico de City Bell (donde se practica golf y equitación). Una obra-hogar, según Eugenia, que invita a experimentar la realidad del habitar y el deshabitar, del estar juntxs y estar solxs, de lo lleno y lo vacío. Una profunda bobada de verano.

Después de sortear las tormentas y lluvias de fin de año, Presenciar el desencuentro se volvió un hecho el primer jueves de enero. Una de esas noches cálidas de verano cuando el sol ya está bajo pero el calor aún persiste en el ambiente, aparecen los mosquitos y las ansias de algo que nos refresque. Llegar a pie al lugar de la instalación fue una pequeña aventura en sí misma, tal vez anunciando aquel (des)encuentro con la obra. Entrando al predio del Club Hípico sentí una sensación de extrañamiento y curiosidad,  acostumbrada a asistir a otro tipo de espacios, aquellos donde en general se desarrolla la escena artística local. Esta experiencia de gracioso desencaje hasta llegar a la instalación me generó sensaciones anticipatorias de aquel encuentro desfasado, esa presencia extraña que sugiere Juan José en su obra.

La construcción

Las cuatro paredes formando una habitación de madera en el parque, entre medio de los árboles, se ven como una aparición forzada en medio de un lugar otro al que no pertenece. Como una estructura artificiosa pero al mismo tiempo en íntimo diálogo con la naturaleza del entorno; una escenografía o un fragmento de un mundo fantasioso pero a la vez concreto y real.

Entre estos vaivenes se mueve la instalación que desde los diversos elementos que la conforman explora los bordes y parece proponernos una constante tensión de oposiciones: artificial-natural, íntimo-expuesto, calmo-perturbador, interior-exterior, confortable-incómodo, presente-ausente, mirar-ser miradx. Al atravesar la puerta, el acto que da nombre a la obra se concreta: presenciamos un encuentro esquivo y errante. En un aparente despojo, estamos solxs pero a la vez rodeadxs. La madera parece hablarnos, cargada de sabiduría, de información ancestral. Las luces de colores nos trasladan a otro tiempo. El sonido envuelve y habita el espacio como un cuerpo y nos sumerge en un estado de pausa, de detención y contemplación. Las preguntas aparecen, la sensación de que allí pasó algo que nunca sabremos, de que sucedieron acciones que ya concluyeron, se detuvieron o desaparecieron justo antes de nuestra entrada.

A lo largo del evento la obra se vacía, se llena, se abre, se cierra, y aquel fluir de las personas genera una estela fantasmal de presencias y no-presencias. Esta dinámica nos lleva a advertir la relevancia de los cuerpos circulando por el espacio, de las miradas que lo recorren, las pisadas en la madera que cruje, las detenciones, los silencios y las palabras intercambiadas en este espacio que se realiza en tanto es activado por las acciones del público. Así, esta obra-hogar se va construyendo a medida que los cuerpos, con sus particulares formas de abordarla, la habitan y deshabitan. Desde afuera, sus múltiples ventanas nos permiten tomar otras posiciones periféricas, incluso algo perturbadoras como la de mirar sin ser miradxs, volviéndonos voyeurs que observan aquellas presencias fantasmales desde el exterior nocturno. Y desde adentro, resulta imposible abstraerse de ese afuera ajeno y tumultuoso que parece observarnos.

Con Presenciar el desencuentro, Juan José nos convoca a un estado de calma, una suspensión activa que invita a la reflexión. Me llevó a apreciar la potencia que reside en la presencia-ausencia de los cuerpos, tanto en el espacio de la obra artística como en el de la vida cotidiana. Un experimentar desde la corporalidad el encuentro con lxs otrxs, con la obra, con unx mismx, con el vacío.  

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