Jugar con un globo en la plaza, bailar, juntarte a charlar con una amiga, abrazarla, fumarte un pucho, cebar un mate, compartir una birra. Jugar con un globo en la plaza, alcohol en gel, bailar, sola, un pucho, bajar el barbijo, muchos equipos de mates, un choque de puños y dos metros. El 21 de marzo del 2020 –o quizás unas semanas antes y después– explota, entre un sinfín de cuestiones, la percepción asumida que nos permitía diferenciar entre lo que considerábamos ficcional y lo “real”. Este dislocamiento irrumpe, se intensifica, se siente en el cuerpo al presenciar la obra de teatro Mi parte es todo. El acto mismo de ir a ver una obra de teatro se vuelve irreal, incluso el solo hecho de tener un plan con una amiga –es decir no solo encontrarse en una plaza, sino ir a ver algo, algo con horario y más gente, una “cita”– es algo novedoso, casi ilusorio, ¿hay que salir? Ahora bien, unx llega a la plaza, se sumerge en la ficción y, entonces, lo cotidiano es señalado: una plaza con el busto de Rivadavia, un puesto de panchos, autos y bicicletas, un Glovo, un señor que pasea al perro, palmeras, pasto, una araucaria, niñxs jugando, unx tocando la guitarra, unx leyendo, y podríamos seguir. Sin embargo, algo pasa, algo no es tan cotidiano, tan invisible, tan común; algo impacta –¿molesta?–: no hay barbijos, no hay alcohol en gel, no hay choque de puños. Es una ficción que reinstala una cotidianidad prepandémica. La realidad, entonces, se ficcionaliza aún más y supera el propio hecho de ser una obra de teatro, sugiriendo un doble alejamiento: el propio de la ficción teatral y el de la temporalidad. El shock emocional, entonces, también es doble: poetizar lo cotidiano, darlo vuelta y volver a mirarlo, reubicarlo; poetizar lo cotidiano pasado, muy pasado. La sensación de pérdida rápidamente se mezcla con la felicidad de estar con una amiga viendo una obra de teatro, ahora, en pandemia. En este sentido es, también, una obra de teatro pospandémica. La propuesta rompe con lo establecido de lo que se puede y no se puede, burla creativamente a la cotidianidad virtualizada, limitada por el virus –respetando, eso sí, cuidadosamente las normativas y los protocolos vigentes.
Realizada en la Plaza Rivadavia de La Plata, una de las primeras de la ciudad y antesala al Paseo del Bosque, Mi parte es todo se camufla con su entorno y sus artistas. La casa Curuchet de Le Corbusier aparece en su escenografía. Pero, creo que pisa aún más fuerte la presencia artística de Antonio Vigo cuando recordamos sus acciones estéticas sobre lo cotidiano y el espacio público, muchas de ellas nucleadas en sus señalamientos como, por mencionar solo algunos, Manojo de semáforos (La Plata, 1968), Un paseo visual a la plaza Rubén Darío (Bs. As. 1970), 5′ de filmación en el monumento (La Plata, 1971) y Llamado del limonero (La Plata, 1972). Sus mismas palabras se reactualizan al vivenciar la obra de teatro: “La idea era proceder a MARCAR (señalar, en definitiva) un elemento cotidiano que pudiera al ser sacado de su funcionalismo específico ATACAR AL INDIVIDUO en otras sensibilidades”. Eso es lo que sucede al experimentar la obra, un dislocamiento de lo acostumbrado, un extrañamiento de lo cotidiano, un balde de agua fría que nos motoriza. Además, la propuesta es disruptiva con la propia institución teatral en su versión clásica: no se realiza en una sala, no hay una escenografía armada, integra los elementos cambiantes de la plaza e incluye los dispositivos móviles personales como herramientas. En este sentido es, casi, una performance artística: “en un teatro el cuchillo no es un cuchillo, la sangre es ketchup. En la performance el cuchillo es el cuchillo y la sangre es real”, como dijo Marina Abramović.
Es necesario aclarar que en La Plata, además de ser una ciudad cultural en la que brotan continuamente propuestas artísticas y movidas colectivas, el cercenamiento a la actividad artística independiente es una constante que, en tiempos pandémicos, se intensifica con falsas excusas. Salta a la vista –por lo burdo, por lo explícito– en un comunicado municipal que anuncia nuevas medidas sanitarias de la siguiente manera: “No están permitidas las actividades artísticas en bares y cervecerías” (IG: laplata.ciudad, 6 de abril de 2021). Me puedo tomar una birra, pero no mirar un cuadro (¿?). Se redobla, entonces, la apuesta por este tipo de propuestas teatrales en un contexto de Emergencia Cultural y ante semejantes políticas municipales.Mi parte es todo nos desenchufa, nos desindividualiza, nos desvirtualiza (nos corre de la virtualidad), nos vuelve menos gran hermano, menos vigilancia y más comunidad, más cuerpo; nos reconecta con otrxs. Es una obra realizada con la dramaturgia y dirección de Braian Kobla, y con la actuación de Juan Castiglione, Ilenia Contin, Valentin Prioretti, Ana Belén Recabarren, Agustín Recondo, Mariel Santiago, Alejandro Santucci, Denisse Van der Ploeg, Manuela Villanueva Fernández. Si tienen la oportunidad de vivenciarla, no se la pierdan.
FICHA TÉCNICO ARTÍSTICA
Dramaturgia y dirección: Braian Kobla
Actúan: Juan Castiglione, Ilenia Contin, Valentin Prioretti, Ana Belén Recabarren, Agustin Recondo, Mariel Santiago, Alejandro Santucci, Denisse Van der Ploeg, Manuela Villanueva Fernández
Voz en Off: Federico Aimetta, Isidro Aimetta Maluendez, Juan Castiglione, Ilenia Contin, Valentin Prioretti, Ana Belén Recabarren, Agustin Recondo, Mariel Santiago, Alejandro Santucci, Denisse Van der Ploeg, Manuela Villanueva Fernández
Diseño sonoro: Juan Francisco Raposeiras, Francisco Villar
Diseño gráfico: Denisse Van der Ploeg
Asistencia de dirección: Rafael Gigena
Producción ejecutiva: Carolina Sueta
Fotografía y realización audiovisual: Benjamín Bialecamie, Pablo Jaime Eleno