«Como anunciamos, en minutos nada más, arranca la función artística en protesta del cuerpo estable del Teatro Argentino en la esquina de 9 y 51», dice el movilero en la radio. «Además de la presentación del ballet y la orquesta, los trabajadores y técnicos estarán presentes apoyando el reclamo por condiciones edilicias dignas y solicitando una vez más la respuesta de las autoridades con la consigna ‘¿Dónde está el conejo?’ en alusión al ministro de Gestión Cultural de la Provincia de Buenos Aires, Alejandro ‘Conejo’ Gómez». El relato efusivo del movilero me da más ansiedad que los autos en doble fila que impiden al mediodía que el tránsito avance en el centro. Desde la esquina de 10 y 51, busco en la calle los famosos carteles en forma de conejo blanco que describió el periodista. Pero me choco con un par de colectivos que frenan en la parada para tirar unos pasajeros antes de que cambie el semáforo.
Al lado de la puerta donde solían colgar los banners con la programación mensual, sigue en pie la intervención El teatro no es solo una fachada que realizaron en junio les trabajadores del área de producción para señalar que la inversión en baldosas y otros elementos paisajísticos no pasan de obras superficiales muy lejos de la tan anunciada “puesta en valor” con la que se justifica la (sub)ejecución del presupuesto. Del hormigón brotan algunos de los problemas como el agua que literalmente filtran las paredes desde el quinto al cuarto subsuelo mientras los del taller de herrería trabajan para una programación que contempla, con suerte, una obra por año cuando en períodos anteriores ofrecía entre seis o siete. Durante la medida de fuerza, el representante del área, Carlos Poblete contó a Contexto que casi mil personas laburan sin calefacción, sin limpieza, sin las condiciones mínimas dentro de un edificio abandonado a su suerte «en una situación que está llegando a un límite».
Después de un proceso de discusión, la Asamblea de los Trabajadores del Teatro Argentino acordó la fecha límite y sacó a la calle las piezas de vestuario, utilería y peluquería que todavía no se comió la humedad. Una de las participantes arranca la lectura del documento dentro del espacio triangular de la esquina que fue separado de la vereda por un cerco perimetral –al que la comunidad organizada ofreció resistencia en el 2015 con una acción llamada Un cuerpo por un barrote tras dos meses de asamblea en la que se tejieron lazos entre distintos actores culturales autoconvocados para discutir el alcance de lo público–. Las puertas del teatro hoy están cerradas, las de la reja eventualmente abiertas y en uno de los paños laterales cuelga una reproducción de la pintura Perseo y Andrómeda de Anton Raphael Mengs, casi de la altura de las personas que forman adentro una multitud compacta.
Dentro del perímetro, camino a espaldas del público por un corredor delimitado espontáneamente por la mesa de maquillaje y una fila de tocados, coronas con piedras de fantasía y pelucas increíbles de las que emerge una chica con un sombrero de copa altísima que sostiene en la punta un cartel con la consigna #SalvemosAlTeatroArgentinodeLaPlata rodeado de plumas negras. Además de la participación del Coro, Orquesta y Ballet estables, la Comisión Intercuerpo integrada por auxiliares artísticos, personal de la boletería, visitas guiadas, informes, maquillaje, peluquería, ropería, sastrería, servicios generales, los talleres de Producción Escenográfica y Termomecánica representa la diversidad de oficios que requiere un teatro de producción, uno de los pocos que subsisten en Latinoamérica. «Desde el detalle del pelo hasta la punta de los pies está producido acá dentro», cuenta Lola, una de las bailarinas del ballet.
Esta no es la primera protesta en la que baila. Lola sostiene que «la cultura en la provincia es una lucha constante» desde que entró en el 2005. Pero este año, después de tolerar condiciones extremas durante los ensayos y que se cancelaran las funciones por falta de calefacción, ella y sus compañeres decidieron sumarse a la Asamblea. «El Director General (Martín Bauer) sostenía que no había solución por culpa de la retención de tareas del área de termomecánica pero, en realidad, se habían invertido 77 millones de pesos en un arreglo del sistema de calefacción que había quedado sin terminar. Prender la caldera en esas circunstancias era un peligro para todos», explica.
Mientras el Coro se prepara junto a la Orquesta, otra trabajadora toma el micrófono para leer nuevamente el documento consensuado que detalla los motivos que dieron pie a la acción en unidad de la Comisión Intercuerpo. Dentro de los puntos, exigen se garanticen condiciones mínimas de habitabilidad más que nada en los subsuelos donde el frío y el calor extremo se vuelven intolerables. Además, señalan que en la Sala Ginastera no se «ha hecho prácticamente nada» para avanzar en la nivelación del piso porque se dedicaron en todo este tiempo a cambiar las butacas por unas «carísimas» que no sirven y costaron 39 millones de pesos.
Se acerca una señora que pide al público que vaya un paso más atrás porque necesitan lugar para interpretar la próxima coreografía. Les bailarines se ponen sobre las remeras y calzas negras un traje de dos piezas que toman de un perchero dispuesto junto a la baranda en diagonal. Después de dos fragmentos de Don Quijote, con el maquillaje y los rodetes impecables a pesar del sol, se preparan para bailar el malambo de la obra Estancia de Alberto Ginastera porque la sala principal lleva el nombre del autor. El primer grupo sale entre el humo de la máquina reclamando para sí el escenario de aparición y la posibilidad de reivindicar públicamente la existencia como ballet. Se la juegan en cada mudanza y en la determinación con la que despliegan las piernas descubriendo en el movimiento las zapatillas New Balance, Adidas, que cada uno eligió para salir al ruedo. La persistencia que sostiene a un cuerpo en la práctica en tensión con la falta de sostén o condiciones de infraestructura adecuadas, hace presente un grado de conciencia de la vulnerabilidad frente a la que no cabe otra que la interdependencia que redefine las relaciones hacia adentro. Como el abrazo que aparece después del saludo formal.
Exactamente una semana antes, debajo del nivel del suelo, trece artistas residentes del TACEC interrumpieron la muestra en la que habían trabajado tres meses y medio para leer un comunicado en el que describen abiertamente por lo que habían pasado, las conversaciones con la dirección y por qué daban la función por terminada. No voy a decir (casi) nada de lo que vi porque Ana Clara D’Amico lo cuenta de una forma muy bella y sensible en lo oculto desoculto recientemente publicada en boba. Pero sí rescatar la decisión de «quitar la colaboración» e implicar desde el malestar a las personas que lograron entrar a un espacio que somete permanentemente a condiciones de incertidumbre a les que se toman el trabajo de producir para la sala.
Del documento comparto más cuando dicen que frente a la decisión de luminotecnia de no acompañar el estreno «para que no se devaluara la obra, y ante la falta de una propuesta de reprogramación, como lo hubiésemos querido» decidieron interrumpir la puesta, sumarse al reclamo, pensar la posibilidad de no seguir para adelante a cualquier costo. Comparto menos, quizás, cuando se enuncian como «carnada» dentro de un conflicto de intereses que los sitúa de lleno como actores en la crudeza y las formas de tomar decisiones del lugar donde se inventó el Laboratorio. Sobre todo me quedó la imagen de les trece de pie frente al desconcierto del público, que entiende que a veces no se puede poner el cuerpo en riesgo para que el show pueda seguir.
Durante el 2016, recuerdo que se formulaba en muchos espacios del circuito: ¿qué pasa si les artistas decidimos un día hacer un paro indeterminado? La risa es la respuesta más frecuente a una pregunta que quizás no podemos tomar en serio porque requiere revisar las consignas más arraigadas, como que «en tiempo de crisis lo único que sigue funcionando es la cultura porque nos arreglamos con nada. Si total, estamos acostumbrades». Tanto la Función Artística en Protesta como la interrupción de Hacer un pozo marcan esas condiciones naturalizadas como (físicamente) intolerables, ponen la vulnerabilidad como una problemática prioritaria y permiten imaginar cómo actuar para que esos escenarios no sean posibles en un futuro.