Me despierto temprano el domingo para poder escribir esta crónica, mirada, reseña, todavía estoy mareada por las emociones que me atraparon esta semana. Ahora sí un fantasma recorre el mundo, las femineidades nos estamos sublevando, llevamos milenios de ser la retaguardia, objetos de otros, lo segundo, lo maldito, lo reproductivo, lo descartable, lo débil. Me siento una privilegiada, a mí el feminismo me tomó por completo hace 15 años y solo tengo 34. Lo que vivimos el jueves pasado tiene mucha historia, debates, tensiones, una infinidad de deseos y una enorme capacidad de converger y generar la más profunda revolución que está presenciando el mundo.
Trato de abrir bien los ojos para no perderme en la marea y ser testiga de todo, todito lo que hicimos y lo que hacemos para cambiar esta horrenda humanidad. Para mí este 8 de marzo (paro internacional de mujeres, trans, lesbianas y bisexuales) empezó hace un siglo o quizás hace un mes: poner en advertencia a los varones que me rodean de que yo paraba, que el paro era de cuidados, de trabajo asalariado y de consumo, además de ir a las multitudinarias asambleas para organizar, debatir y pensar la jornada del 8M junto a mis compañeras de la Colectiva Feminista Decidimos.
Como parte de Socorristas en Red, intentamos cambiar algunos sentidos consabidos a la experiencia de abortar. Debatimos esos sentidos en la práctica del cuerpo a cuerpo, acompañando a personas que abortan, escuchándolas con mesura, empatizando con ellas y estableciendo vínculos afectivos a la hora de abortar. Para que abortar no traiga aparejadas las imágenes de oscuridad, sótano, maltrato, humedad, soledad, trauma y tristeza. Para que la experiencia vital de interrumpir un embarazo sea asociada a estar acompañada, sostenida, informada, alerta a nuestro cuerpo, cuidada. Queremos que el aborto sea legal, pero también libre, pero también feminista. Detrás de los abortos, hay deseos de vivir otros proyectos de vida, eso es lo que debatimos desde el socorrismo, eso es lo que convidamos nosotras en esta marcha del 8M.
Nos juntamos en el Olga Vázquez, porque hay que maquillarse, pero también hay que abrazarse antes de llegar a la marcha, porque parece que si no nos abrazamos fuerte el corazón se nos va a salir del cuerpo. Nosotras las mujeres, las lesbianas, las bi, las trans nos hemos gestionado la posibilidad de que la calle sea una galaxia de tetas, brillos y pañuelos verdes, que lo que nos exalte en la vía pública sean nuestros cuerpos cantando y bailándolo todo, juntas y en manada. Así vamos destruyendo la idea en la que fuimos disciplinadas con muchísima crueldad, de que la calle no es para nosotras, que mejor no habitarla, que calladitas nos vemos más bonitas.
Nos emperifollamos y salimos por calle 12 cantando consignas urgentemente aborteras, la gente que nos ve pasar nos mira con simpatía. Nos hemos lookeado de diferentes profesiones, oficios, proyectos de vida. Los carteles rezan: Yo aborté porque quería bailar. Yo aborté porque quería jugar al fútbol. Yo aborté porque quería tocar. Yo aborté porque quería viajar. Yo aborté porque quería ser punk. Yo aborté porque quería ser presidenta. Yo aborté porque no quería maternar. Yo acompaño abortos con misoprostol. Avanzamos a paso firme y pausado, estamos contentas, pero también estamos alertas, lo que pulsa nuestro caminar es la convicción de que nuestros cuerpos son campos de batalla y que nuestras vidas merecen ser vividas.
Gracias SADO por la foto, mirá el álbum completo acá