Cuando me encontré con el proyecto Bandera en Berna, de Leonel Fernández Pinola, inmediatamente recordé las palabras de Raúl Cubas, militante montonero que había estado detenido en la ESMA y que narraba: “Viví con culpa la contradicción de querer como militante que Argentina no ganara el Mundial porque pensaba que sería una “victoria” que serviría a los fines políticos de la dictadura de perpetuarse en el poder. Pero como hincha no podía contener la alegría cuando me enteraba que ganaba la Selección o incluso al escuchar los gritos de la hinchada que desde el estadio Monumental llegaban hasta la ESMA”. El testimonio de Cubas –quien por fingir ser periodista logró evitar los vuelos de la muerte y fue enviado por los militares a realizar un reportaje al director técnico de la selección de fútbol José Luis Menotti– encarna de modo brutal y en primera persona un conjunto de discusiones en torno a los vínculos entre deporte y dictadura cuya complejidad las ciencias sociales pocas veces lograron abarcar. El Mundial Argentina 1978 es, como dice el historiador Diego Roldán, una pieza de abordaje incómodo porque nos habla tanto de la historia de la construcción del consenso sociocultural de la dictadura como de la espectacularización del fútbol argentino. La muestra de Leonel presentada en el Museo de Arte y Memoria (MAM) de La Plata se introduce en esta incomodidad a través de un conjunto de piezas que recuperan y recrean las acciones políticas de resistencia a la dictadura que tuvieron lugar en el mundial y durante el partido amistoso que jugaron Argentina y Holanda en la ciudad suiza de Berna en 1979.
“Videla Asesino” y “Los militares son miseria y represión” denunciaban los trapos desplegados detrás del arco por lxs argentinxs exiliadxs en Suiza. Bandera en Berna reúne siete piezas que nos invitan a pensar el fútbol como un ámbito de resistencia a la dictadura militar, aún cuando el gobierno de facto apostó fuertemente a este deporte como un mecanismo para fortalecer la legitimidad entre su población y ante el resto del mundo. En el marco de la muestra, la réplica de la bandera dedicada a Videla fue expuesta en la tribuna del estadio Wankdorf de Berna –con la ayuda de Patricio Gil Flood y Sara McLaren–, mientras que la réplica de la segunda bandera fue colgada en la fachada del MAM de La Plata.
El proyecto reúne materiales audiovisuales y objetos intervenidos por el artista. Una de las piezas, Berna 79, consiste en un montaje de las imágenes del partido donde las banderas son enfocadas por la transmisión de la televisión suiza. Estas escenas habían sido censuradas en vivo por la televisión argentina: cada vez que la cámara enfocaba las banderas, una publicidad de Les Luthiers aparecía tapando el mensaje. En uno de los testimonios que acompañan las imágenes, el Pato Fillol –en ese entonces arquero de la selección– dice que cuando llegaron a Suiza notaron a un grupo de personas movilizadas, que los militares señalaban como parte de una campaña anti-Argentina en el extranjero. Tiempo después se enteraron de que esas personas eran argentinxs exiliadxs por motivos políticos que se habían estado organizando desde antes del Mundial 78 con el objetivo de boicotearlo. Habían llevado adelante una serie de protestas a nivel internacional denunciando la violación reiterada y masiva de los derechos humanos por parte de la Junta Militar. Si bien no evitaron que las distintas selecciones viajaran al Mundial, emergió un movimiento transnacional de solidaridad que, como señala el historiador Raanan Rein, sí logró promover un debate público sobre la dictadura argentina, los derechos humanos y las relaciones internacionales y el uso y abuso del deporte con fines políticos. También recuerda Fillol que esa gira por Europa fue la primera de Maradona, donde marcó por primera vez un gol con la selección mayor. Al enlazar este partido con el Mundial 78, el artista da cuenta de aquello que Diego siempre supo: que una cancha de fútbol puede ser un espacio de resistencias, que llevar alegría al pueblo es cosa seria y que en esos festejos populares y masivos que se dieron en todo el país emergieron puntos de fuga a una dictadura que parecía impenetrable. La serigrafía Maipú 78 –pieza que, como indica Florencia Cugat en el texto que acompaña la muestra, fue el puntapié inicial del proyecto– se basa en el testimonio de Graciela Daleo, detenida en la ESMA, quien relató que, en una de sus salidas, sus captores la llevaron de paseo durante los festejos y ella, en el baño de una parrilla, logró escribir con labial la frase “Milicos asesinos, Massera asesino, vivan los Montoneros”.
La muestra se completa con la recreación de objetos de colección que podrían ser trofeos para cualquier amante del fútbol y que son intervenidos con el objetivo claro de recuperar el espíritu de las acciones del 79. Wankdorf-Stadion consiste en un sobre con un sello oficial intervenido con las frases de las banderas y acompañado por un juego de postales que muestran escenas del partido donde se pueden ver los trapos en las tribunas. Albiceleste es una pieza que recrea la camiseta utilizada por los argentinos en el partido contra Holanda y que contiene en las franjas blancas dos bandas negras que, como dice Cugat, citan el mito de que “los postes de los arcos del Estadio Monumental de Buenos Aires fueron pintados secretamente para denunciar el genocidio frente a las cámaras del mundo”. Por último, la muestra finaliza con Onze Mondial, un poster del seleccionado argentino en el que puede visualizarse por detrás la bandera dedicada a Videla.
El fútbol y la patria están siempre atados, decía Galeano, y con frecuencia los políticos y los dictadores especulan con esos vínculos de identidad. Pero como el fútbol es también –o antes que nada– dinámica de lo impensado, en Argentina cuando terminó la dictadura y a medida que se empezaron a recolectar testimonios de lo sucedido en los centros clandestinos de detención, tortura y exterminio, las referencias al Mundial 78 sirvieron como un ordenador temporal para situar acciones concretas. La investigadora Luciana Bertoia muestra que lxs sobrevivientes se referían a algún partido para saber cuándo habían visto por última vez a unx compañerx o para relatar cuándo habían sido sacadxs de su lugar de cautiverio y llevadxs a las calles con la intención de provocar nuevas caídas, o incluso para festejar con sus torturadores que Argentina se había coronado, por primera vez en su historia, campeón del mundo.Las ciencias sociales oscilaron entre la perspectiva crítica que asimila fútbol a opio del pueblo y aquellas otras que lo elevan al reino de la lealtad humana al aire libre. En este terreno gambetea la muestra de Fernández Pinola, en un momento en el que la discusión en torno a los usos políticos del deporte se ha visto revitalizada a raíz del desarrollo de la Copa América en un Brasil donde la muerte es protagonista. Por todo esto, Albiceleste es una de las piezas que más me impactó: un escudo conmemorativo de la acción llevada adelante por el grupo de exiliadxs en Berna se instala en el corazón de la casaca, rodeado por el escudo de la siempre polémica AFA y por el logo de Adidas, llevando en la espalda el número 79. Entre esa simbología, la muestra es una apuesta a rescatar la potencialidad política del fútbol para que la pelota no se manche.