Un día histórico. Así fue catalogado en España el Día Internacional de la Mujer y no fue para menos. Es la primera vez que se hace una huelga de mujeres. Sin políticos de por medio para salir en la foto, sin sindicatos que monopolicen la protesta. Las pancartas generales se cambiaron por una pancarta única, subyacente a los miles de carteles pequeños. Igualdad. Tal vez por eso, por esa falta de banderas generales, estas manifestaciones fueron tan multitudinarias en cada rincón del país.
Las mujeres se cansaron de la brecha salarial, los techos de cristal, el acoso sexual y, por su puesto, de todas las mujeres asesinadas a manos de sus parejas o ex parejas.
La unión femenina desde todos los frentes y en todas sus formas fue clave para reunir a las seis millones de personas en las calles, según cifraron los sindicatos. Por eso se habla de transversalidad. Una transversalidad que no entiende de edades ni profesiones, que no entiende de labores ni clases sociales. Una transversalidad tan real que hace este discurso enormemente potente.
A España le cuesta reclamar masivamente en las calles. Cuando la respuesta es así de contundente, es que podemos hablar de un hartazgo generalizado. Así de masivas fueron, por ejemplo, las respuestas contra la guerra de Irak, donde el 90 por ciento de los españoles se manifestó en contra de ir a la guerra. O el más reciente #15M, donde la gente salió a las calles para mostrar su rechazo a la clase política e intentar acabar con el bipartidismo.
“Hay que parar para cambiarlo todo”, “Si las mujeres paramos, se para el mundo” o “Vivas, libres y unidas por la igualdad” han sido algunas de las consignas elegidas por el movimiento 8M, plataforma a la que se le adjudica la organización de esta huelga. Así, se ha parado en lo laboral, en los cuidados del hogar, en el sector estudiantil y en el de consumo. Con este parón se intentaba sacar a luz todas esas labores y actividades que en lo cotidiano hacen las mujeres y no se valoran lo suficiente, o no se valoran absolutamente nada.
En Mallorca, una isla del Mediterráneo en el que cuesta mucho que las reivindicaciones sociales se vuelvan masivas, tal vez por el carácter isleño algo ermitaño, la asistencia multitudinaria del #8M cantando “Visca, visca, visca la lluita feminista” [Viva, viva, viva la lucha feminista] fue sorprendente. Unas 20.000 mujeres, y algunos hombres, tomaron las calles para gritar por sus derechos y convertir este día en un ícono de lucha y de fiesta. Unidas con el color violeta de carteles, banderas y pañuelos, todas las generaciones posibles se solidarizaron entre sí y sintieron el famoso empoderamiento.
Si algún hombre iniciaba un cántico las mujeres no los secundaban, casi. En cambio, si lo hacía una mujer, lo continuaban en un tono alto, masivo, con el protagonismo que habilitan los reclamos y tantos años de reivindicaciones muy poco escuchadas.
También caminaron a la par de la muchedumbre algunos hombres con pancartas sindicalistas, pero no duraron mucho porque rápidamente los increpaban las asistentes para animarlos o exigirles que mínimamente los carteles sean sostenidos por las protagonistas de este día. Para finalizar este relato me gustaría acabar con la experiencia de una asistente de 17 años, Lucila Muñoz, que me explicó lo que para ella fue lo más emocionante de la jornada: “ …en una parte del recorrido íbamos con mis compañeras del Instituto (secundaria) y pasamos por el frente de una residencia de ancianos, y la gente anciana nos saludaba al pasar, pero había una señora especialmente emocionada, y al verla, paramos un gran grupo de personas para saludarla, aplaudir y algunas le gritaban ‘guapa’… la mujer se puso de pie y se emocionó aún más. Al cabo de unos minutos bajó la enfermera que la cuidaba y nos explicó que la mujer tenía Alzheimer y había sido feminista en su época. Entonces nos dió un cartel para que lo sumemos a la manifestación. El cartel decía ‘mis brazos están cansados de sujetar este cartel desde 1960’”.
Las fotos son de Estela