el karma de vivir al sur (este)

Magali Francia

En este segundo envío sobre escenas artísticas de la provincia de Buenos Aires, Magali Francia comparte su diagnóstico sobre la situación necochense y toma posición al respecto.

Volver a Necochea después de ocho años de vivir en la ciudad de La Plata no fue nada fácil. Además de ciertos infortunios en el plano familiar, adaptarme nuevamente a otro ritmo, otras formas de pensar, mirar, andar, escuchar, requirió un esfuerzo que aún hoy tengo que realizar. Día a día los sentimientos hacia ella oscilan al igual que el clima costero. Y es que vivir en Necochea y ser docente en arte y artista no es tarea sencilla, aunque resulta un verdadero desafío. Ciudad de vientos y vientistas, de imponentes y absurdas dramaturgias, de pintorescos paisajes y de pintores. Y digo pintores con E final masculina.

Si bien me centraré en la escena de las artes visuales en el ámbito local –y específicamente en prácticas de arte contemporáneo–, resulta inevitable la referencia a cierta idiosincrasia “necochina” que atraviesa de una u otra manera toda práctica cultural de y en la ciudad.

La ciudad del “no” vs la ciudad del “sí” (versión costera del sí, se puede)

Esta es una referencia hacia la ciudad que viene tomando fuerza en los últimos tiempos. Tiene que ver con la “queja” reiterada de ciertos sectores hacia todo aquello que llevaría a la ciudad hacia un progreso inusitado, a ganancias nunca vistas, a romper con estacionalidades turísticas imposibles.

Claro que todo tiene que ver con la óptica con que se lo mire. Si por progreso se habla de seguir invirtiendo nada más que en espectáculos y eventos foráneos en lugar de comenzar a dar espacio a las prácticas locales –aquellas gestadas aún y a pesar de crudos inviernos de sudeste– o si, por apoyar el cambio –¡oh temible cambio de hoy!–, se desarman emprendimientos que sostuvieron durante años un trabajo autogestivo y colectivo para fomentar ciertos intereses empresariales y de sectores privados, son –somos– cada vez más los y las ciudadanas del “No”. Es este colectivo de ciudadanía del No un colectivo muy heterogéneo: activistas ambientales, artistas visuales, graffiteros/as, músicos y músicas, murgueros/as y vecinos y vecinas que de a poco van alzando la voz y a ese “no” anteponen un sinfín de prácticas cotidianas –y no tantas– que paulatinamente van concretando un entramado bastante particular.

¿Pero qué tendrá que ver esto con la escena del arte contemporáneo en la ciudad de Necochea?

Este complejo colectivo de personas y personajes locales ha ido generando, desde hace aproximadamente quince años y un poco más también, diferentes estrategias en la adversidad. En una localidad en donde las políticas culturales municipales son casi inexistentes –o al menos contradictorias–, con un estado carente de iniciativas y apoyo económico a los y las artistas locales, la formación de agrupaciones se convierte en la principal estrategia para poder gestionar y financiar diferentes prácticas y eventos artísticos. Cuestión que no queda exenta de las dificultades que conlleva todo trabajo verdaderamente colectivo y horizontal.  

Estos espacios y grupos se han constituido como promotores de nuevas prácticas artísticas, poniendo en discusión ciertas tradiciones muy presentes en la escena local. Esto nos lleva a otra característica necochense:

Necochea, ciudad de pintores

Es esta una característica muy notable de nuestra ciudad. El lenguaje pictórico, de corte modernista, continúa encabezando las preferencias al momento de producir y exhibir obra. Nótese que he dicho ciudad de pintores y no de pintoras. No es que no las haya, las hay y muy buenas, excelentes pintoras. Pero su reconocimiento y acceso a diferentes espacios expositivos se ha dado de manera desigual. “Pueblo chico, infierno grande” dicen. Yo digo: en pueblo chico las miserias y prácticas hegemónicas –la hegemonía patriarcal, específicamente– son más notorias que en ciudades con mayor densidad demográfica.

Por otra parte, esta preeminencia del lenguaje pictórico también se hace presente al momento de enseñar arte en las escuelas especializadas locales. Tanto en la Escuela Provincial de Arte “Orillas del Quequén” (que dicta profesorados y tecnicaturas en Artes Visuales) como en la Escuela Municipal de Arte (en donde se ofrecen cursos en formato taller), se visualiza cierta reticencia y/o desconfianza cuando se habla de prácticas interdisciplinarias, procesuales o que invitan a formas de expectación divergentes. Pareciera que “arte contemporáneo” es algo que debe suceder sólo en las grandes ciudades, con celebridades, medios de comunicación, champagne y paparazzis. Es la batalla cotidiana que tenemos que dar muchos y muchas docentes en arte por estos lares.

Afortunadamente y desde hace varios años, diversos grupos de artistas han ido generando espacios, tanto de acción como de exhibición, para plantear otros modos de hacer y ver; espacios que a su vez se relacionan inevitablemente con lo autogestivo. Luego de algunas muestras aisladas a comienzos de la década del noventa, que pueden considerarse como antecedentes de ciertas prácticas de arte contemporáneo (Arte y ½, en donde se presentaron instalaciones grupales con trabajo corporal), en 1997 se formó un colectivo de teatro independiente denominado El Cenáculo. Este grupo comenzó a instaurar una renovación técnica y estética, primero desde el ámbito dramático para luego expandirse hacia otras disciplinas artísticas. Allí se desarrollaron numerosos eventos, haciendo hincapié en la experimentación y libertad en las artes visuales e inaugurando un comienzo concreto de prácticas contemporáneas en la ciudad.

Posteriormente, en 2006, surgió en la ciudad el Centro Cultural de Noche (CCN), constituyéndose no como espacio (su nombre remite al Centro Cultural de Necochea, lugar donde se desarrolla) sino como un evento que suele ser de uno o dos días, con una estética más bien ligada al diseño. El hecho de que se desarrolle en un tiempo de exhibición relativamente corto hace que se establezca como un bombardeo de actividades, conferencias, instalaciones, performance y música en vivo, invitando al público a mantenerse constantemente en movimiento, tratando de no perderse nada de lo que sucede. En septiembre se cumplieron diez años del CCN, con un sinfín de actividades y artistas de renombre nacional en varias disciplinas (artes visuales, música, fotografía, audiovisual, arte sonoro, comic, etc).

Una mención especial merece el primer espacio específicamente de prácticas contemporáneas de la ciudad, que lamentablemente este año ha dejado de funcionar. La5tapata, espacio de arte contemporáneo, surgido en el año 2011, se estableció como un lugar de incentivo a la producción, exposición y circulación de obras contemporáneas. A partir de la iniciativa de dos artistas visuales, Alejandra Veglio y Natalia Di Marco, a la que luego se sumaron Victoria Rodríguez Pando y Adriana Rodríguez, se logró instaurar en la ciudad diversas formas de abordar y comprender las prácticas visuales, poniendo en discusión y desafiando la tradición modernista –y agrego yo, masculina– aún presente en la escena local. Y es que, además de establecerse como espacio alternativo de prácticas y exhibición de obras, las integrantes comenzaron a desarrollar proyectos de intercambio entre espacios, que enriquecían la escena artística a la vez que propiciaban la vinculación entre artistas y la circulación de las propias obras en otros escenarios.

Y es aquí que nos dirigimos a la última característica de esta ventosa ciudad:

En invierno, ¿cucha adentro?

El fin de semana del 10 de septiembre se realizó un evento de gran magnitud para la ciudad: Uniendo Piezas III. Bajo el puente. Más de cien artistas de todo el país y países vecinos como Chile, Uruguay, Paraguay y Brasil pintaron en simultáneo durante tres días graffitis y murales en las paredes del Complejo Educativo Jesuita Cardiel, lugar donde funcionan instituciones como el Consejo Escolar, el ISFD n° 31 y la Escuela de Arte “Orillas del Quequén”. De esta manera, el predio se convirtió en un verdadero “museo” al aire libre de arte callejero. Con escaso apoyo económico por parte del estado municipal y cierta mirada de desconfianza por parte de las instituciones educativas del predio, el evento superó las expectativas de toda la comunidad, brindando una verdadera fiesta urbana y popular.  

Pero por sobre todas las cosas, el Uniendo Piezas –tal como su nombre lo indica– reafirmó una vez más que el desafío artístico-cultural en Necochea va de la mano necesariamente de una verdadera actitud colectiva, de trabajo colaborativo y autogestionado.

Hay muchísimo por hacer. Hay muchas tradiciones que transformar. Muchas hegemonías que contrariar y muchas políticas que construir. En eso estamos.

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3 comentarios

  1. Qué lindo leerte, Maga! Me gustan esas pinceladas de sanguinoliente y pasional sarcasmo en tu estilo al escribir sobre un tema que conocés por dentro y por fuera de esta escena local. Me gustaría conocer más en profundidad cómo pensás la incidencia de la hegemonía patriarcal en cuanto al reconocimiento, el acceso, la producción o la formación en las artes visuales. Espero tu próximo “envío”.
    Un gran abrazo!
    Pablo.

    1. Laura! Recién veo tú comentario! Estaría muy bueno hacer una publicación de ese tipo, es mi idea. Faltan recursos como siempre, pero de a poco vamos generando textos para que toda esta historia tan rica que tiene Necochea en materia artística, quede registrada de alguna manera.

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