Hacía rato que quería volver a la isla, así que decidí aprovechar el evento para conocer un poco más y pasar el día en el río. Arrancamos desde isla Santiago, nos habían sugerido que buscáramos la lancha de Miguel, quien rápidamente nos cruzó hasta la Paulino. Ni bien llegamos nos sumamos a otro grupo de personas que venían, como nosotrxs, a pasar la jornada: había gente con equipos de sonido, alguien que manejaba un dron, estudiantes de biología y artistas varixs. Enseguida nos presentaron a Julio Milat, quien estaba listo para contarnos sobre las maravillas naturales de la isla… y arrancamos. Julio está encargado del Museo Ornitológico y Centro de Interpretación Ambiental de Berisso. Con él hicimos una recorrida natural por el sendero más visible de la isla, aunque nos confesó que los caminos que están al costadito tienen un plus de aventura y desde allí se aprecia la verdadera naturaleza ribereña. Nos habló de las especies de plantas nativas y de las introducidas que han ganado territorio a las locales y que se han extendido bastante por todo el lugar. Aun así, un relicto de monte ribereño en su estado original resiste en el corazón de la isla. Julio nos contó de todas las alimañas que andan sueltas por ahí y de la importancia de la vegetación.
Mientras nos iba llevando hacia la playa, gente que recién arribaba pasaba por el sendero acarreando todo tipo de adminículos para instalarse en el camping. Bidones enormes de agua, baterías de auto, carpas, alimentos, un cambalache de objetos transportables. Un montón de gente que se había bajado de la lancha estaba ahora yendo a instalarse por el fin de semana. Está buenísimo conectarse con la naturaleza cada tanto, hacer un fueguito en la intemperie, dormir bajo las estrellas. La cosa es realmente conectarse con el lugar, porque si bien la playa no estaba atestada de gente, nos llamó la atención la cantidad de basura que había tirada. Montañas apiladas. Haría falta, entonces, sentirse identificadx con el ambiente que unx visita, cuidarlo de una manera respetuosa. Esa falta de identificación, o ese desconocimiento del sistema natural, indica la necesidad de brindar educación ambiental a toda la población. De salir a explorar, descubrir, sorprenderse y sentirse parte también. Y en este sentido necesitamos más gente como Julio que nos cuente lo valioso del ecosistema, lo importante que es para sus pobladorxs, y para quienes en un futuro quieran visitar o bien habitar la isla.
Seguimos caminando y finalmente llegamos a la playa. Me ganó la ansiedad y me escapé hacia la costa. Me alejé bordeando los juncos y, aferrada a los binoculares, me puse a buscar aves y sacar fotos. Recorrimos la costa en busca de más descubrimientos. Al rato de chapotear un poco nos tiramos en la arena mientras observamos unxs niñxs jugar en el agua. Nos quedamos a almorzar hasta que el río se empezó a estirar, llegó hacia nosotrxs decidido a echarnos y entonces emprendimos la vuelta. Volvimos para la hora de la siesta, activamos un poco. Jugamos a estampar afiches que había llevado la gente de Magia Negra Letterpress: en ellos se leía “Ley de humedales ya”. La radio isleña daba sus testimonios del modo de vida en el lugar y por aquí y por allá había unxs chicxs grabando los sonidos de la isla y filmando lo que iba aconteciendo entre las distintas actividades.
Luego apareció Daniela Mondelo, integrante de Isleños de Pie, que nos invitó a explorar el circuito histórico, cultural y productivo. Recorrimos algunas casas, vimos la antigua pista de baile, nos contó un montón de anécdotas y hechos históricos y nos dejó con ganas de saber más. Mientras avanzábamos en el recorrido, iba saludando a todxs lxs vecinxs. Se notaba y lo dijo: ella, al igual que Julio, se enamoró de la isla. Seguimos, nos mostró la producción agrícola, los viñedos donde se produce el vino de la costa, los frutales con los que producen dulce para vender en el Mercado de la Ribera, y también algunas tumbas de los antepasados isleños. La curiosidad iba en aumento. Muchxs nos quedamos un rato largo sentadxs en el pasto con Daniela, escuchando más historias, los conflictos que atraviesan la isla, los desafíos diarios, historias que poco se conocen.
La última parada fue la casa de Miguel Ruscitti, donde nos recibió Andrea, que heredó el hogar de su padre y ahora vive ahí con su familia. Allí nos esperaba Daniel De Bona para darnos el taller de fotografía estenopeica, ¡rapidito porque se nos estaba yendo la luz del sol! Nos dividimos en grupos, colocamos las cámaras y jugamos a ser fotógrafxs. Nuevamente la idea fue observar, investigar, descubrir el paisaje. Cuando empezó a soplar viento sur y se puso fresquito, nos sentamos todxs juntxs a brindar y saborear unas pizzas hechas por Andrea al horno de barro, bebiendo vino de la costa, mientras un dúo de músicxs nos cantó unos temas hermosos contando un poco las vivencias de lxs isleñxs, la vida en el monte, la historia de lxs abuelxs que dejaron su tierra natal escapando de la guerra en Europa para llegar a la isla. Fue un lindo y emotivo momento que disfrutamos juntxs.
Hacia el final del día, en representación del colectivo, se agradeció la celebración y que estuviéramos reunidos “artistas, intelectuales y pobladorxs”. Y a continuación, se proyectó un video en el cual se contaba la problemática actual del recurso del agua y se invitaba a dar testimonio a un arquitecto sustentable, al que se mostraba haciendo un uso recreativo del río. No me quedó claro el mensaje del video ni las palabras previas a él. Me hizo un poco de ruido la categorización de las personas que estábamos presentes en un contexto que estaba por fuera de todo academicismo, sobre todo el uso de la palabra “intelectuales”. Hablar de intelectuales justamente me genera esa sensación de extrañeza, de no sentirse integradx, sino más bien esa cosa de ubicarse por fuera del fenómeno. Tal vez en ese contexto deberíamos definirnos de una manera más integral, donde cada unx aporte desde sus saberes y experiencias a la construcción de un conocimiento interdisciplinario. En cuanto al video, creo que hubiera sido interesante plantear qué define un humedal, qué servicios ecosistémicos brinda y por qué es importante protegerlo. Pensando también en la gente que visita este humedal los fines de semana, es preciso entender que –como nos dijo Daniela– “no puedo cuidar lo que no conozco”.
A pesar de ello todxs aprendimos ese día que en Isla Paulino lxs isleñxs sobreviven a diario gracias al humedal, allí cosechan su propia comida, hacen su propio vino, mantienen viva la historia de la isla, resisten en el monte frente al abandono del Estado y frente a los intereses inmobiliarios que insisten en querer construir barrios privados, a costa de la pérdida de la biodiversidad y de la generación de inundaciones evitables. A muy pocos kilómetros de La Plata tenemos un relicto natural para descubrir y para respirar, con muchos secretos por contar y un patrimonio natural, histórico y cultural que necesita ser salvado.
Dani –unx de lxs artistas organizadores– me contó sobre el proyecto de Territorios de Colaboración, del que no estaba al tanto; me alegra saber que el cuidado de los humedales, al menos en el delta del río Paraná, se ha convertido en un interés interdisciplinario y que lxs artistas, en este caso, intentan hacer visible lo invisible, un granito de arena más para conocer la vida de lxs isleñxs que conviven con estos ambientes.
De vuelta en el continente, la escalerita que habíamos bajado a la mañana para llegar a la lancha ahora estaba bajo el agua y el sendero de vuelta se había transformado en una angosta lengüeta de tierra. El poder del río se hace notar.