“Cuando Paula despertó, la muestra ya no estaba allí’’
Piper Tu es Ana Inés Castelli.
Piper Tu como un cosquilleo entre los labios.
Piper Tu como suena “pequeño pajarito” en un idioma lejano y extranjero.
Y sí, ¿quién podría negar que Ana Inés es ave? Seguramente nadie. Aunque bien podría ser insecto, reptil, medusa, pez o hasta alguna de esas criaturas inclasificables que saltan con tanta naturalidad de cualquier mancha de tinta o papelito. “Nadar es un poco como volar”, dice alguien en el taller de plástica para niñxs del Hormiguero, que transcurre –y no es casual– en el mismo espacio donde está montada la muestra Cocoliche. La artista visual Ana Inés desplegó desde libros y una agenda ilustrada, papelitos sueltos, toda clase de anotaciones y miniaturas, collages, cuadernos de dibujos y pruebas de color que son un verdadero tesoro, hasta –¿lo podrán creer?– un pedazo de su taller, con biblioteca, tablero y materiales de trabajo incluidos.
Me quedo pensando en las mil formas de desplazamiento porque intuyo que algo de eso, de los cuerpos en el andar, resuena en los mundos alucinados de Piper Tu. Cuando me sumerjo en ellos se me figura la artista como animal que fluye en una conversación infinita con la materia. Materia que podrá ser condición pero nunca límite, pues de lo que se trata es de moverse con, dentro y sobre ella, de entregarse y escucharla, de jugar y habitar un tiempo sustraído al reloj y al destino, de ensayarla una y mil veces, de inquietarla y sublevarla, de convidar al azar, de dislocar la norma e inventar cada-vez-otro-lenguaje. Me animo a decir que la fuerza revulsiva y encantadora de Ana Inés es huir al encasillamiento de un estilo personal.
Si el mercado necesita alimentar individualidades, asignar rótulos y definir patrones de producción predecibles y tiempos mensurables para hacer girar la rueda del capitalismo, entonces escabullirse será una forma de resistencia.
De este lado, pues, haciéndole lero lero al mercado está Piper Tu. Y también el Hormiguero y las amorosas hormigas, Mica y Jose. Porque no hablamos de cualquier sala o galería, hablamos de un espacio de talleres que aloja a otro taller. Hablamos de ese territorio que abre una grieta en el tiempo para invitar a detenerse y encontrarse con otrxs, a permanecer en estado de exploración sobre la materia, a la irreverencia de las voces y miradas de lxs niñxs, a las conversaciones, las manos enchastradas, el mate y los afectos que circulan, todo eso que no entra en una historia de instagram e impregna de sentidos a la obra que se exhibe.
Lero lero.
No quiero dejar de escribir unas palabras sobre la experiencia poética de sábado por la tarde en que una pequeña comunidad (de grandes y chicxs) nos reunimos después de la tormenta y, con la guía atenta de Ana Inés, enlazamos sueños con lecturas, jugamos con las palabras como con los recortes de papel, miramos con atención las formas ocultas en lo que se descarta, nos contagiamos de entusiasmo y nos acercamos un poquito al proceso de producción de la artista. Lo más lindo no fue el collage que cada unx se llevó a su casa, sino ese revuelto en la cabeza y ese temblor en el cuerpo, la lengua, la mirada que encienden siempre las preguntas cuando nos dejamos atravesar por ellas.