Cuando me propusieron escribir sobre el #8M en esta ciudad en la que vivo hace apenas unos meses –y sólo por algunos más–, creí que no podría hacerlo: hacía días –mientras mis redes sociales explotaban por la previa de la jornada en Argentina– me había dedicado sin éxito a buscar información sobre el Paro Internacional de Mujeres en Bruselas. Salvo por un evento de Facebook creado por un grupo de mujeres de la Universidad de Gante –una pequeña ciudad flamenca con fuerte tradición universitaria a unos 50 kilómetros de la capital belga– no había encontrado nada. Si las redes sociales no contaban con información sobre la grève international des femmes, mucho menos lo hacían los diarios locales en los que indagué por esos días.
Finalmente una semana antes del 8 de marzo encontré lo que buscaba y me di cuenta de mi error. Tan imbuida como estaba en el torbellino #8M en Argentina, había buscado insistentemente sobre el paro de mujeres en Bruselas, sin darme cuenta de que la razón por la que no encontraba nada al respecto era porque acá no habría paro. La información me llegó primero gracias a un pequeño cartel pegado junto a una de las ventanas del lavadero de ropa autoservicio de mi barrio y luego a través de un breve post titulado “Journée Internationale de la femme” [Día internacional de la mujer], que encontré publicado en un sitio web con “información de interés para jóvenes” que brinda servicios de asesoramiento sobre empleo.
Lo primero que llamó mi atención fue que el gobierno de la ciudad, según anunciaba el post, había organizado una serie de actividades durante esa semana. Bajo el nombre en inglés “Ladies First” [Las damas primero], se desarrollarían charlas, conferencias, proyecciones, conciertos y paneles, para “sensibilizar al público sobre el rol de las mujeres en la sociedad”. La fecha aparecía casi como una efeméride más en la agenda oficial local, la misma que poco más de una semana atrás había celebrado el Año Nuevo chino con una exposición de enormes linternas de papel que representaban edificaciones tradicionales en la Grand Place, y la iluminación alusiva de la fachada del Hôtel de Ville –el imponente edificio medieval del Ayuntamiento–.
Pero no todo estuvo canalizado institucionalmente. El post también anunciaba una manifestación organizada por la Marcha Mondiale des Femmes en el centro de Bruselas a las puertas de la Gare Central, la estación principal de trenes por la que cotidianamente circulan cientos de personas.
Allí fui, un 8 de marzo que transcurrió frío y lluvioso. Al llegar me encontré con un pequeño escenario, unos cuatro o cinco gazebos blancos dispuestos en semicírculo, y unas 150 personas a las que para el final de la jornada se sumarían apenas unas tantas más. En un lugar en donde el aborto es legal hace casi treinta años y donde uno de los temas centrales del debate público actual es la migración –y las tramas económicas que la producen–, la principal consigna de la jornada fue: “no a la precarización”. La actividad estuvo acompañada principalmente por sindicatos y partidos de izquierda cuyos principales reclamos giraban en torno a la desigualdad económica (condiciones laborales, sueldos, pensiones, seguridad social).
Bélgica se divide oficialmente en tres regiones en las que se hablan tres idiomas diferentes. Los dos más importantes son el francés en el sur y el neerlandés –o flamenco– en el norte. Y a pesar de la fluida comunicación entre las ciudades, provista por la frondosa red ferroviaria que cruza el país, existe una frontera simbólica muy arraigada entre estas dos adscripciones mayoritarias. Los argumentos que la sustentan nos recuerdan lo que sucede en otros países europeos: una parte –la flamenca en este caso– se percibe más rica que la otra y desea dejar de ser el sustento económico de un país que, a su pesar, debe compartir con un otro cultural a quien no se piensa unido. En este contexto, los equilibrios son frágiles, y los intentos por hacer representativa esta jornada de lucha se expresaron sobre todo en el uso de ambas lenguas ante cada consigna, cada cartel y cada canto. “Les femmes ne veulent pas payer la crise” en francés, “Schuif de crisis niet of op vrowen” en neerlandés [las mujeres no quieren pagar la crisis], fue la frase del principal cartel sobre el escenario.
El cosmopolitismo de una ciudad fuertemente marcada por la presencia migrante se vio también en esta manifestación, en la que el francés y el neerlandés se mezclaron, entre la gente, con el inglés, el portugués, el español. Y digo “la gente” y no “las mujeres” porque la presencia de varones participando activamente de la manifestación fue algo de lo que más llamó mi atención. Llegué incluso a no creer cuando un señor se nos acercó muy campante a explicarnos –a mí y a una compañera uruguaya con la que compartíamos impresiones sobre el evento– por qué las mujeres no debían cobrar un salario menor que los hombres.
La tarde transcurrió al ritmo de tambores. Lo que comenzó un tanto frío y quieto fue adquiriendo calor y movimiento. Más gente se fue sumando de a poco y se armó baile en el centro de la pequeña plaza rodeada de edificios. La primera actividad fue un juego de elásticos dispuestos cual escalera, que las mujeres debían ir subiendo. Éstos se colocaban cada vez más altos, haciéndose cada vez más difíciles de atravesar. Al aliento de “allez allez allez” [vamos vamos vamos] de las compañeras, distintas mujeres se lanzaban a esta pequeña carrera que buscaba representar las dificultades y obstáculos que deben enfrentar cotidianamente en los ámbitos laborales y profesionales.
A las 4 y media estaba planeado un “haka feminista”. Bajo las cámaras –sostenidas por varones– de un par de medios locales, y siguiendo las indicaciones de una de las militantes de la Marcha que llevaba el micrófono, un grupo de mujeres se formó de frente al escenario y con fuerza y a los gritos performó un “haka” bajo la –tan general– consigna: No al sexismo! No al racismo! No al capitalismo!
En Bruselas no hubo paro y esta movilización no fue masiva. La fuerza del movimiento de mujeres en Argentina no es fácil de encontrar en todos lados. Pero esta vez –a diferencia del año pasado según me dijeron– un grupo de mujeres cada vez más numeroso le puso color a una tarde fría y gris, bailó, cantó y gritó por la igualdad de condiciones al ritmo de “so so so solidarité avec les femmes du monde entier” [solidaridad con las mujeres del mundo entero]. Como escribió una compañera: la semilla está plantada. Y lo que de ella surge será sin dudas cada vez más grande.
Las fotos pertenecen a la autora.