“Camino las calles y al caminar estoy escribiendo con el cuerpo”
Luisa Valenzuela, Peligrosas palabras, 2001
VOLUNTAD FEMINISTA leemos en un cartel que una chica lleva adelante nuestro y así avanzamos. Voluntad se une a deseo. Reconstruyo el 8M y aún siento que la piel se me estremece; este relato da cuenta de que voy y vengo entre el yo y el nosotras. Es la marcha más multitudinaria en la que participé, no veíamos el final y eso no nos suele suceder acá en Bahía Blanca, ciudad que se reconoce por su marcada tendencia conservadora, en donde un mes antes el intendente y el director de cultura local en entrevista radial, desprestigiaron las luchas feministas con total ignorancia y prejuicio.
Esa tarde desde temprano tambores, bandas y performances convocaron al encuentro en la plaza. Un montón de cuerpas dispuestas, con ánimo de fiesta, sonrientes, entre abrazos y charlas, palpando emoción. Creo que devenir manada es una de las intensidades más hermosas de experimentar feminismo, nos sentimos unidas y lo confirman nuestras miradas. Saber que somos un montón acá y también en el mundo, uniéndonos en canción, aullido, constelación. Sentir que podemos todo, por lxs que nos antecedieron y por lxs que vienen; la potencia de la reunión es apasionante.
Decidimos marchar junto a Marina Mariasch, Audre Lorde, Gertrude Stein, María Salgado, Susy Shock, Fernanda Laguna, Néstor Perlongher, Mariela Gouric. Marchamos con ellxs porque llevamos sus poemas en nuestras manos, los repartimos mientras decimos “te doy poesía”, “es poesía”, “poesía feminista”. Decido guardar en mi archivo mental la imagen de estar entrando a la marea, con lo que tenía para dar, recibiendo sonrisas, dispuesta complicidad; éramos muchas, diversas, de distintos barrios; con hijxs, perritos, carteles, compañeros; llenas de brillos, en tetas, pañuelos verdes; acompañándonos, encontrándonos, fuertes y disidentes, juntas. Me emociona, y lo hablamos con amigas treintañeras, la mayoría adolescente que nos acerca frescura y aguante. Recuerdo mirar hacia arriba, una ventana de un edificio en una esquina y ver a una señora de la edad de mi abuela, moviendo una bandera argentina, sonriente, acompañando desde ahí.
El gesto de llevar poesía surge a partir de una mesa abierta de Poesía y Feminismo (PyF), que empezamos casi al final del año pasado. Nos encontramos en el espacio público, en un lugar que se denomina Paseo de los pájaros en homenaje a Martínez Estrada, con el propósito de repensar y resignificar los bronces, las jerarquías, los modos patriarcales. Los sábados a la mañana, cada 15 días, debatimos los cruces múltiples que salen al acercar la palabra poesía a feminismo. Entre mates, preguntas e inquietudes, con dinámica asamblearia y lecturas que articulan nuestras charlas, estamos construyendo un cúmulo de textos que el canon deja afuera. Crece abierta, desde invitaciones que circulan en la red del boca en boca. El colectivo nos encuentra con amigos varones que deconstruyen a la par y, ante la decisión de que no participen en la marcha, eligen acompañar desde un espacio cultural cercano por si precisamos mates, baño o dejar bicicletas. Esta es la militancia que asumo, me doy cuenta mientras me escucho, agitando papelitos como porras: “te lucho con poesía.”
Las fotos son de Juliana Ramadori y Agustina Malek.