El domingo nueve de junio amaneció especial. Como si se tratara de un viaje, planifiqué mi recorrido en micro, alejándome de mi ciclista zona de confort-cuadrado-platense, y me bajé en un clásico de avenidas: Montevideo y Génova. Berisso. Lo que para muchxs debe ser rutinario, para mí fue una experiencia diferente. Mientras caminaba a la par del arroyo siguiendo las pistas del Mercado, pensaba en lo cerca que estamos lxs platenses (y porteñxs) del Río de la Plata y lo mucho que lo ignoramos.
Arribé a los galpones gemelos con el sol del mediodía: justo para alcanzar la caminata de reconocimiento. Luego de los saludos amigueros, y de las primeras degustaciones de obras, nos dispusimos en grupo a escuchar a Daniela Mondelo, integrante del Mercado de la Ribera de Berisso. Nos contó cómo el valor de los productos que allí ofrecen reside en los conocimientos que ellos portan, heredados generación tras generación (de inmigrantes y de originarios). Nos habló desde una historia no oficial y desde una ideología de resistencia: al olvido, al destierro, a la contaminación sistemática, al consumo desechable. Nos relató los acosos que sufren actualmente lxs productorxs por parte de la mafia inmobiliaria que, armas y fuego mediante, quiere obligarlxs a vender sus tierras, y mencionó al pasar un misterio: el del dinero asignado para obras vinculadas al potencial productivo de la ribera y desaparecido en el último cambio de gestión.
Fue difícil volver al apacible paseo luego de lo escuchado pero, suave y lúdicamente, lxs integrantes de Territorio Tolosa nos fueron poniendo en acción. Un teléfono hiper descompuesto dio comienzo a la caminata. Conocimos algunos de los puestos: el de tierra fértil ribereña; el de plantas nativas, imanes de mariposas; el del famoso vino de la costa. Nuestros pasos se sucedieron, apretados, hasta encontrarse inundados de versos, sembrados en el canal por la voz de Andrea Iriart. El “otro lado del río” dio lugar a un mantra comunitario: el “parar y reparar”.
Y paramos. Nos detuvimos en la poesía/rap del manifiesto que el proyecto tolosano había compuesto para el cierre de la caminata, donde Aurelia Osorio, nuestra Carmen Miranda ribereña, decorada con juncos nativos, nos empujó a observar. A preguntar. A probar. A escuchar.
El resto de la tarde se desenvolvió entre amigxs, mates, cataciones de productos, y descubrimientos de obras, que aparecían intercaladas entre los puestos locales. Me crucé a Majo Blanco y me contó de una pegatina nacida de los ciclos agrícolas, indicados por el movimiento de los astros que guían al huerto Sana Vida. Me acerqué nuevamente a la cocina improvisada de Carlos Servat, aprendí sobre la papa de agua, vegetal local, y dejé una receta en el libro de intercambio.
Encontré voces productoras en la poesía rayuela de Anahí Lacalle, y me metí en el zigzageo verde de la bitácora de Flor Alonso. Cuando Dani Poni comenzó el mapeo colectivo de la ruta diaria de los productos, la ayudé a desovillar lanas y a ubicarlas en puntos claves: quintas, invernáculos, casas, comercios, y, por supuesto, el Mercado. Todos los hilos llevan al Mercado, y todos los mercados llevan a preguntas.
Entre líneas de colores empecé a charlar con productorxs. Con Roberto, apicultor, aprendí de los ciclos que imponen las abejas a lxs humanxs, y de los que el clima les impone a ellas. Con Lucas me instruí sobre frutos locales y temporadas de cosecha. Escuché historias de vida y proyectamos ideas. Cada tanto daba una vuelta para volver a ver los productos y las obras.
Cuando el sol perdió un poco de fuerza, me acerqué a ver los videos de Tere Asprella y Cande Ureta, y el de Diego Leone. Me mecí al ritmo del agua y del mercado. Me olvidé de probarme las prendas para recolectorxs de uva que realizó Natalia Suárez.
Miré el río.
Pensé el río.
Me lo apropié y me apropió.
Durante la visita no saqué ni una foto. Recorrí los pliegues para conocer el territorio: desde la caminata, desde la charla, desde la escucha. A todas las imágenes que no tomé las guardo en el cuerpo, en derivas con amigxs, productorxs y artistas.
La tarde en el Mercado de la Ribera no fue de ver obras. Ellas fueron la excusa para compartir conocimientos (las recetas), para complementar conocimientos (los textiles de la mano de los agrícolas), para intercambiar conocimientos (de fotógrafa y de cocinera).
Fue una tarde generosa. Una visita sincera: de aquellas que implican un deseo real de conocer al otrx. No fue una obligación la que nos acercó, sino la pregunta impulsora. Cuántos espacios cercanos de resistencia desconocemos. Necesitamos percibirlos, conectarlos, para seguir en pie, para no encapsularnos. En la bienvenida, Daniela nos dijo: “prefiero que se vayan sabiendo qué es lo que estamos recuperando dentro de este territorio, de este no-lugar que hicimos lugar”. Y bien sabe el río que es cierto.