las brujas que detuvimos la lluvia

Estefania Santiago

El #8M recorre el mundo y ahí vamos. Siguiendo la estela del paro más grande del mundo decidimos contactarnos con amigues viajeres, residentes y habitantes en distintas latitudes para hacer públicas sus experiencias. Estefanía nos cuenta cómo vivió la jornada en Madrid.

El jueves 8 de marzo estuvo gris, como lo está hace 12 días consecutivos. En Madrid hay una nube enorme, un cielo inestable, una garúa finita y constante que anuncia la llegada de la primavera. Nadie, aquí, puede creerlo: ¿A dónde fue nuestro sol infinito?

Me gusta esa palabra: inestable. A veces es una forma de incomodidad, a veces es una sensación en nuestro día a día, más común de lo que pensamos. Este mes empezó así, quizás también se mimetizó con un “estar” social, estamos inestables hace tiempo. Pienso: vine de mi país inestable, entrañable pero complejo, a este otro donde las cosas tampoco están tan resueltas como nos las pintan desde el otro lado del océano. Las desigualdades de género, culturales, económicas y sociales se sufren en ambos territorios; podemos discutir las diferencias, pero las desigualdades están. Por eso el 8M llegó y fue una prueba de fuego, el temblor de una revolución. Un día histórico que movió toda inestabilidad borrosa.

Esa mañana tan esperada, me desperté y dije extrañada: mi primera marcha lejos de casa, acompañada por otras mujeres, otras culturas, otras experiencias, caminando calles que ahora son las cotidianas, pero que hasta hace poco tiempo no lo eran. ¿Cómo será? No es que crea que tenemos códigos muy distintos, pero quería dejarme sorprender. Sin embargo, algo en mi interior me decía que iba a sentir cercana esta experiencia, que la energía de las mujeres de mi vida iba a estar conectada conmigo, atravesando la geografía, pulsando esa ansiedad, este descubrir. Que iba a estar acompañada. La información que había buscado previamente me había dado una idea de lo que se avecinaba.

No salí de casa hasta tres horas antes de la concentración, deseando que cualquier pronóstico temporal de lluvia dijera que hoy se aguantaba por un rato, aunque sabía que la lluvia no iba a ser un impedimento. Guardé la cámara en mi mochila y salí a la calle.

Llegando a la esquina, lo sentí: el aire que se respiraba era otro. A unas cuadras pasé por uno de los puntos de concentración. Es difícil de explicar, pero estaba en casa. Mujeres caminaban hacia todos lados, iban y venían, se encontraban en abrazos, se pintaban entre ellas, preparaban carteles, almorzaban, se llamaban por teléfono, se fotografiaban. Esperaban durante estas 24 horas de paro, el momento para comenzar a caminar todas juntas.

A las 19 horas en punto la concentración era gigantesca, mujeres llegaban por todas las calles, agrupadas, solas, acompañadas por su parejas, hijxs, familias. Entre mi emoción de estar ahí y mi torpeza por registrarlo comencé a hacer retratos de personas en las que encontraba una sensibilidad al borde de estallar y a intercambiar algunas palabras. Éramos un abrazo, un sostén invisible que lo contenía todo.

La movilización fue un encuentro renovador, potente, inmenso. La mirada cómplice entre distintas generaciones fue comprensión, un cuidarnos colectivo y un calor que solo puede provenir de las memorias, de diversas culturas que nos atraviesan, de nuestros paisajes interiores, de lo que sabemos nos ha costado esta vida –a nosotras, a nuestras madres, abuelas, amigas–, de los miedos que pasamos, de la cantidad de muertes a las que sobrevivimos. La intensidad de los tambores, los cantos, los gritos, la risa, el llanto resonaba entre los edificios, entre nuestros cuerpos que marchaban hasta el fin.

La llovizna retomó su ritmo un poco antes de llegar al último tramo. Somos las brujas que detuvimos la lluvia –pensé– y que organizadas paramos el mundo. No alcanzan las palabras para describirlo. Siento que a donde vayamos o de donde vengamos nos hermanamos y hay un valor en eso que, creo, lo recuperamos. No estamos solas, nos acompañamos superando cualquier distancia.

Hoy ya es 9 de marzo, la inestabilidad climática continúa en Madrid y parece que se va a quedar por un tiempo. Pero el mundo es otro, ya la rueda comenzó a girar en otra dirección, ya no hay miedo, el sol está en nosotras y la fuerza para acabar con el patriarcado y luchar por nuestros derechos no nos la quita nadie.

Las imágenes pertenecen a la autora.



                
                    

                    
                    

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