La censura de una obra de arte debería únicamente provenir de un dictamen judicial. Pero como dice John Berger, vivimos tiempos oscuros.
No son únicamente instituciones públicas o empresas privadas las que acometen censura. Los espectadores y los lectores lo hacen, y de forma cada vez más regular. Vivimos en un periodo de involución en lo relativo a la libertad de expresión. No hemos aprendido de los errores: aparte de que señalamos con el dedo lo que ocultamos a nuestra espalda, glorificamos la obra o al autor censurado. En la época victoriana, Oscar Wilde fue encarcelado acusado de sodomía. El acusador, el Marqués de Queensberry (supuestamente muerto por sífilis, doblemente divorciado, en la primera ocasión demandado por adulterio), era padre de dos hijos homosexuales, uno de ellos, supuesto amante de Wilde.
No estamos en la Inglaterra del siglo XIX de Victoria I, sino en el 2016, del final del kirchnerismo (nigromancia Peronista) y de la continuación del Bacheletismo (nigromancia Allendista). ¿Quién es hoy capaz de avalar el mito de la “izquierda” antagónica de la derecha conservadora, la “izquierda” que vela por la libertad de expresión?
Por un lado tenemos a Felipe Rivas, censurado por una obra en la que se masturba frente a una imagen de Salvador Allende. Más allá de si la obra me parece mejor o peor (opacada por la disputa), me voy a centrar en su gestión de la censura / injerencia política. Acude a los tribunales y le dan la razón. La obra se exhibirá en el lugar en el que estaba proyectado, y con un beneficio extra: por motivos de calendario, ahora no formará parte de una colectiva, como estaba planteado en un inicio, sino que será individual. Paralelamente, publica los hechos en su muro de Facebook. Además, organiza una exposición en la que reflexiona, de forma creativa, sobre los hechos acontecidos en un espacio independiente (muestra “Interfaz”, Sagrada Mercancía, en la que reproduce el video rodeado de todas las informaciones y mails sobre el caso).
Y por otro tenemos el ejemplo argentino. Casualmente, se está exponiendo, en el MACRO de Rosario (Argentina), “Rapsodia Inconclusa”, la muestra de Nicola Costantino, que representó al país en la Bienal de Venecia del 2013. La obra se centraba en una re-lectura de la imagen de Eva Perón. El montaje actual, itinerante, recuerda los hechos que acontecieron en la Bienal: Artista y curador (Fernando Farina), cedieron ante dos curiosas imposiciones de la presidenta Cristina Kirchner: el cambio del título de la obra y el final. Kirchner encargó a un equipo propio la elaboración de tres videos que glorificaban abiertamente la figura de Perón. En uno de ellos, incluso, aparecían referencias a La Cámpora. Es decir: hizo propaganda política. Artista y curador escribieron un mensaje contra esa imposición, una vez inaugurada la Bienal.
Lo que vemos ahora, tres años después, es el Tour de ese montaje, más la información relativa de la polémica (sin ninguna asunción de responsabilidad por parte de artista o curador). En un texto se compara, sin vergüenza alguna, la situación veneciana con el “Arte de los medios” de “Tucumán Arde”. La muestra, más que cerrar respuestas, abre otras cuestiones.
¿Farina y Costantino eran tan ingenuos como para pensar que la aportación “artística” de Kirchner no iba a ser esa? ¿Por qué dejaron que ocurriera? ¿Por qué no retiraron la obra tras el escándalo? ¿Cómo es que Costantino, por iniciativa propia, decidió trabajar en una gran obra sobre Perón antes de la Bienal? ¿Cómo fue el proceso de selección? ¿Por qué no acudieron a los tribunales?
Como digo, no me quiero centrar en la censura desde estamentos políticos, o, en este caso, la injerencia política en el arte. Sino en el manejo posterior por parte de los autores de la obra censurada o modificada.
Estamos ante dos casos diametralmente opuestos sobre cómo manejar una censura. Rivas recurre a la vía judicial, creativa y virtual. No se ha aprovechado de una censura porque no sabía que iba a ocurrir (la obra se mostró con anterioridad, sin ningún problema). No va a hacer una gira con la obra censurada. Es un ejemplo sobre cómo manejar la injerencia política en el arte.
Costantino y Farina sabían, previamente a la inauguración, que Kirchner iba a hacer propaganda política en el Pabellón argentino. Lanzaron su protesta de bajo perfil. Y ahora (ya que no está “La Kirchner”), andan como dos cómicos de provincia, “Shilling the rubes”. Los tres, Costantino, Farina y Kirchner, han hecho lo mismo. Los primeros, de su obra de arte, y la segunda, de su identificación con Perón. Publicidad de su creación. Y ninguno era publicitario. Es un ejemplo sobre cómo no manejar la injerencia política en el arte.