Esta noche me despierto y pienso en el tiempo perdido. Es la noche de l*s muert*s viv*s. De la ansiedad que se acumula y de los pensamientos malditos que flotan en el aire. ¿Estamos en una peli de terror? ¿Saldrá George A. Romero en los créditos cuando nos llegue el final? Ahre. Es el día mil de la cuarentena. La lengua de la psicosis televisada me exaspera. Me incomoda la indiferencia con que much*s reciben aliviad*s la promesa securitista de vigilarnos mutuamente: ¿estamos segur*s de nuestros deseos cuando conjuramos formas de cuidado que reforman la capacidad del escrache de aleccionar individualmente la desobediencia?
Imagino una horda furiosa de freaks embolsad*s que, en el arrebato de una multitud, demandan furios*s su dosis diaria de alcohol en gel. No es novedad que los súpers atestados de consumidor*s nervios*s, la masividad de las colas en los farmacitys y las provisiones desproporcionadas de papel higiénico rutilan en torno a ese libreto del apocalipsis. Is this romantizar la cuarentena?
No hay imágenes putrefactas que conecten a esta pandemia con otras pestes negras, especulamos mientras se cocina una tortilla de papa que, como un plato volador, nos abduce y retira hacia un think tank donde nuestras cabezas flotan en espadol líquido. Una epidemia sin suciedad, una amenaza molecular que nos aleja de la experiencia remota de las imágenes malolientes y las erupciones que maquillan los cuerpos marcados por la malaria medievalizada. Estas formas miniatura de peligro biológico nos aíslan como testig*s de un escenario posnuclear sin escombros, llamad*s a no hacer nada: ¿será que l*s inútiles y l*s nerds van a salvar el mundo?
Si descargamos el archivo de ficción crítica y acierto cronológico de Akira ¿podemos escribir el 2020 como un relato de fan fiction? Ruinas más, ruinas menos, esas imaginaciones son los despojos de un potente llamado a pensar las formas de nuestro destino junt*s, donde la demolición de nuestra confianza ciega en la inevitabilidad del capitalismo toma el cuerpo de una catástrofe de magnitudes ominosas, que nos recuerda que estamos provisoriamente a salvo y simultáneamente expuest*s a la experiencia de la fragilidad y por qué no, de la extinción. Fantasía ven a mí, conquistarte quiero yo. En el lenguaje de las imaginaciones fantasiosas se escribe la narrativa de la posibilidad, ahí donde la fijación abrasiva de una suerte común se vuelve insoportable y la sed de vías de escape agitan la telemática de un teclado que vibra y un cursor que desaparece tras los rastros de una escritura furiosa o un* gatit* viral. ¿Cuántas fantasías de ciencia ficción reclamarán la materia prima de estos días extraños?
Somos tentativas de cuerpos contravencionales: salimos aliviad*s con la bolsa del súper como una coartada legal para respirar un poco. Si algun* tenía dudas de la condición sospechosa del encierro, nada más desalentador que estas jornadas como un recordatorio áspero de que el confinamiento pronuncia una experiencia que conecta con formas de violencia carcelaria y medicalizada. Hacerle un lugar a estas imágenes ¿es una manera de direccionar la ira desbocada y el aburrimiento desencantado?
Mientras faneo estas ideas antipunitivas se me aparece un post de Lino Divas que, en las últimas semanas, viene agitando contraimaginaciones kawaii de la pandemia y otras memerologías que descomprimen la lengua del contagio y reclaman la posibilidad de ejercer nuestro derecho a memear y viralizar otras formas de imaginación durante la cuarentena. Hay que hacerse un lugar donde las fricciones tenebrosas se pirateen y distorsionen como formas irisadas de un pensamiento bastardo y cínico, linkeado con todo y con tod*s, mientras la promesa de estar en línea se mantenga inquebrantable, y más allá de ella, cuando nos ilumine una vela dudosa, arrancada de la era predigital, despiert*s en la noche, pensando en el tiempo perdido.