Llegar a La Tribu siempre es llegar a la calidez del hogar. Gente sentada en la vereda, fumando, tomando, charlando sobre lo que fueron a ver, desanudando las políticas que nos corroen el cuerpo cotidianamente o pensando cómo hacer para llegar a fin de mes y no morir en el intento. Ya desde la esquina se siente ese río que corre, a veces por lo bajo, a veces caudaloso y a los gritos.
Esta vez la excusa para acercarse al calor fue la inauguración de la muestra La bondadosa crueldad curada por Ayelén Rodriguez, Javier del Olmo y Natalia Revale, un colectivo que ya hace unos años investiga, diseña, cura y monta muestras que nos (me) permiten respirar hondo y (re)confirmar la importancia de reunirse, pensar en voz alta y conformar comunidad, aunque sea efímera.
Gracias a esta tríada, desde el pasado 27 de abril las paredes de La Tribu, bajo el oxímoron La bondadosa crueldad, están cubiertas por palabras. Palabras que lx invitan a unx como de la mano a recorrer el perímetro del bar. Son palabras escritas por León Ferrari (1920-2013) en su libro homónimo publicado en el 2000 y dedicado a su hijo Ariel, desaparecido en febrero de 1977 por la dictadura cívica eclesiástica militar. La edición reúne aquellas palabras bajo los títulos “Poemas” y “Mimetismos”, junto con una serie de collages que acompañaron originalmente el Nunca Más que publicó Página 12, en 1996. También incluye un apéndice que deja saborear la militancia epistolar de Ferrari.
Pero volvamos a la muestra. Las paredes no solo son el marco de estos poemas o “cuadros puramente literarios” –llamados así por León– sino que también funcionan como soporte de una selección de obras del patrimonio de la Fundación Augusto y León Ferrari. Ambas, palabras e imágenes, son el vehículo que encontró para denunciar a lo largo de su obra la responsabilidad de la religión en los crímenes contra la humanidad: torturas, invasiones, persecución, intolerancia y castigo al diferente. Estos cuadros literarios e imágenes subrayan además las contradicciones del concepto de justicia y juegan con la doble cara de la crueldad: la sufrida por Cristo, injusta; la aplicada a lxs pecadorxs, necesaria.
Al ingresar se destaca una gran pared que llama la atención por su verde, verde pleno, verde cachetada. Sobre ella, se inscribe el poema Instalación en la Catedral y sus palabras rodean un maniquí cuya pelvis está cubierta de muñequitos. Muñequitos industriales como los bebitos que hoy en día son usados y levantados en alto como bandera de los autodenominados “provida” y que lo único que hacen es permitir y avalar que las personas gestantes que deciden sobre sus cuerpos y vidas mueran como consecuencia de la penalización del aborto: las pecadoras que necesariamente deben ser castigadas. Ellos y el Estado deciden quién muere: la actualidad de la obra de Ferrari es innegable.
De este modo, el collage articulado y logrado por lxs curadorxs comprende la vigencia del arte visual escrito de Ferrari y amplifica esas letras y palabras convirtiéndolas en voces, para continuar repensando los vínculos institucionales y sus incidencias en nuestros cuerpos y afectos, y particularmente imprime las palabras de León sobre un conflicto tan actual como imprescindible: la exigencia de la despenalización del aborto y del derecho al aborto LEGAL, SEGURO Y GRATUITO. Este debate –que hierve, que metimos en boca de todxs saliendo a las calles, dando discusiones en ámbitos privados y públicos, que fue el puntapié para que muchxs nos empecemos a deconstruir, que tiñe el país de un verde necesario– aparece sin aparecer en la muestra y se convierte en uno de los protagonistas. Porque es imposible no ver esa pared hermosamente verde que hace reaparecer a través de las obras lo que Ferrari escribió en 2005: “La campaña cristiana contra los anticonceptivos tiene un antecedente en el episodio de Onán (…) Milenios después Tomás de Aquino repitió la condena a los anticonceptivos y a la masturbación. Estas pocas palabras, y la Iglesia que las repitió, son las responsables de miles de víctimas de (…) abortos clandestinos”. Cualquiera que hoy vaya o se acerque a una movilización feminista va a escuchar una marea cantando y gritando a viva voz: “¡Vivas y desendeudadas nos queremos!”, “¡Saquen sus rosarios de nuestros ovarios!”. La denuncia a las dictaduras militares, el imperialismo americano y la ideología de la Iglesia católica que León vehiculizó a través de sus obras reaparece hoy en estos contextos.
Hace unos meses que la vida me puso frente a León: fui invitada por la editorial infantil cooperativa Muchas Nueces a coordinar un proyecto –que está en curso– sobre Ferrari. Investigar su obra, leerlo a él y lo que escribieron sobre él, recorrer su taller, hablar con personas que lo quieren y extrañan. Reconocer su vigencia y lecturas posibles me llevó a creer que lo mejor que podemos hacer es pararnos al lado de su obra y no frente a ella, para caminar de la mano con León, que nos enseña también que la militancia, las denuncias, poner el cuerpo y romperse la cabeza a preguntas pueden ir acompañados de la experimentación, el juego y la alegría (no la amarilla). La alegría que es siempre subversiva, y como tal, vital y necesaria: la misma que se ve en las calles todos los 3 de junio hace cuatro años (4 de junio este año), la que paró y salió el 8 de marzo, la marea verde que se ve alrededor del Congreso hace meses… No hay sentimiento más lindo que salir a la calle y estar rodeada de cuerpas feministas. Ojalá esta alegría se multiplique y pintemos todas las paredes de verde luego de la votación en la Cámara de Diputadxs el próximo 13 de junio.
Esta muestra autogestiva en La Tribu, un gesto necesario que homenajea a Ferrari, invita a la relectura de su obra y continúa la tarea de interpelarnos como sujetxs políticxs. Lxs invito a que se acerquen y se sumen al rugido colectivo.