Escribo este texto habitada por preguntas infinitas arrojadas tras días de experiencias disímiles, en la noche del Día Internacional de la Mujer, desde el pueblo de Samaipata, Bolivia. Hoy en la tarde hubo un acto en la plaza central organizado por la Alcaldía y la Defensoría de la Mujer y la Niñez. Las Bartolinas y Mujeres de Comunidades no hablaron en todo el acto. Estaban sentadas a un costado del palco, escuchando a la locutora contratada para la ocasión y al alcalde del MAS, quien honró a la mujer que tanto trabaja y que necesita un descanso en su día. Después se realizó una marcha simbólica alrededor de la plaza y la iglesia, que fue encabezada por el mismo intendente y la presidenta del Concejo Municipal. Más tarde hubo música, baile, zumba y se hizo el juego de la silla. Sí, ¿raro, no? zumba y el juego de la silla. Una clase de yoga estaba programada para realizarse en la Defensoría cuando terminara el acto, pero nos retiramos antes.
Yo estaba junto a un grupo pequeño de mujeres, citadinas y de clase media, provenientes de otras ciudades y radicadas en el pueblo, con las que pensábamos citar al resto a un diálogo sobre las problemáticas nuestras, de las mujeres. La idea fue abortada al ver este contexto tan festivo y sin ánimo de debate o de problematización.
El eco del feminismo masivo de Argentina llega a otros países de América Latina pero la llama aún no se prende en tierra adentro. La mecha es larga. Hay mucho por corroer.
A la tardecita fui a una reunión con un maestro budista que oficiará el retiro de tres días que comienza mañana, llamado Vipassana.
Las preguntas no dejan de retumbar en mi cabeza y como no creo que se las puedan imaginar, intentaré traducirlas en el texto. Para eso, necesito contarles un poco el proceso.
En 2010, tras unos diez años de militancia social y política en La Plata y Buenos Aires, llegué a vivir a La Paz con mi bebé y mi compañero boliviano. No encontré enseguida un espacio donde me identificara para continuar con el activismo social, pero al cabo de unos años me hice amiga de un grupo de mujeres feministas de distintas vertientes con quienes comenzamos un movimiento interesante: hicimos actos culturales, marchas, plantones en contra de la violencia, por la despenalización del aborto y hasta elaboramos un manual sobre la interrupción temprana del embarazo con medicamentos. Hoy ellas ya cuentan con una línea telefónica que informa del procedimiento. También formamos círculos alrededor del fuego y ofrendamos mesas a la luna, pidiendo y agradeciendo lo que creíamos necesario.
Ellas fueron red ante la separación con mi compañero, fuimos hermanas ante situaciones complejas, como la cárcel que le tocó vivir a una, o al menos lo intentamos. Con ellas también forjamos un encuentro de mujeres de distintos departamentos (provincias) de Bolivia, donde una gran mayoría se definió en la línea del Feminismo Autónomo (recomiendo la lectura del libro Pensando los feminismos en Bolivia, Serie Foro 2, 2012). Y allí, con ellas también, experimenté la violencia entre mujeres. Y aquí hay que aclarar algo: una cosa es la violencia en un Encuentro Nacional de Mujeres de Argentina, entre católicas y laicas, pues son cientas, miles, son grupos peleando contra otros grupos o partidos políticos, allí la violencia se objetualiza en consignas, programas y metodologías, la violencia se corporativiza y hasta podés no vivenciarla, no verla, o hacerte la quemeimporta. Otra cosa muy distinta es la violencia entre hermanas, compañeras, amigas, dentro del núcleo y la red, violencia entre no más de 150 mujeres, casi todas conocidas o por conocerse. Ahí la violencia se corporiza: te toca o te toca. No podés escapar.
Yo me fui. Me fui a vivir a otro lado, me fui a otra junta, me fui para adentro, me fui a Samaipata, un valle entre Santa Cruz y Cochabamba, a donde llega mucha gente para sanar. Sanar distintas enfermedades o problemas, que en general tienen origen espiritual. Hay ruinas originarias, terapias alternativas, budismo y también misticismo. Y aquí también me llegó “el encuentro con tu propia sombra”, de Laura Gutman. Algo tarde, quizás, pues mi hija de siete años decidió quedarse a vivir con su papá, a 100 kilómetros de distancia. Nos vemos todos los fines de semana, pero el mandato pesa. Pesa la voz de otros y de otras –sobre todo de otras– respecto a la familia y la sagrada maternidad que deberás sufrir o sufrir, de cerca, pegadita, pues los niños “DEBEN criarse con su mamá”. Empecé la procesión en distintas terapias hasta que por fin cerré los ojos y vi que no hay mandato ni metas que cumplir. El sentir la vida es suficiente, aceptándola, transformándola en lo que a una respecta. Pero aquí no me quiero extender por ahora: la verdad es propia y no hay recetas que aplicar.
A propósito de la sanación, hace unos días, acercándose este 8 de marzo, hicimos un círculo de mujeres alrededor del fuego y bajo la luna llena. La mayoría eran madres. La mayoría tiene una sombra ya alumbrada o por alumbrar. Alrededor de ese fuego nos encontramos (otra vez) como hermanas para mirarnos y compartir, para sanar y también bailar y cantar. Surgieron distintas propuestas, como la de llevar adelante convocatorias para trabajar con la comunidad, con la señora del mercado o la del campo, con la adolescente embarazada y el pibe violento. También se quiere incluir a los hombres en alguna luna, cuando estemos más afianzadas.
Desde hace tiempo me llegan preguntas que se presentan como imperiosas y esenciales, pero que no logro resolver. Por ejemplo, ¿es posible conciliar la lucha en las calles, a buen modo argentino, paceño o cochabambino, con la búsqueda de armonía, equilibrio y paz interior de la nueva era? O más fácil, ¿podemos sanar mientras peleamos? ¿Qué sucede con la lucha después de sanar útera, cuerpa y alma? ¿Hay un afuera después de meterse con el adentro? ¿Es cierto que cambiamos el mundo cambiándonos a nosotras mismas? Hoy una de las cumpas respondía que “eso es de esta era individualista”. Puede ser. O se la identifica con la era que llega con el calendario Maya, de cambio interior y permacultura, que es una era de cambiar adentro para emanar amor hacia afuera. Otra de las chicas estaba segura de que “cómo vamos a pedir que se termine la violencia si guardo rencores dentro mío, o tengo conflictos en la familia”. “Grito adentro y grito afuera, eso ¿qué cambio es?”. Y así. ¿Cómo encontrar el encuentro, sería le pregunta?
Dentro de la otra corriente, el feminismo autónomo, entre otras cosas, las mujeres se proponen cuestionarse los privilegios de clase y, en ese sentido, les resulta inadmisible la unidad con mujeres de ONG que ganan un sueldo por ayudar a otras mujeres, o asistir a una marcha convocada por una mujer que adhiere al gobierno del MAS, por ser cómplices con la inacción ante los feminicidios. Entonces, ¿cómo logramos amplificar la lucha sobre la violencia machista si nos quedamos encerradas entre las que coincidimos y nada más? ¿Cómo vamos hacia otras si generamos violencia entre nosotras? Recomiendo ver el video de la intervención del grupo Mujeres Creando a un acto realizado por ONU Mujeres y la Alcaldía de La Paz. Es realmente provocador, socavador de comodidades.
La última vez que fui a una reunión de organización política en el Gran Buenos Aires, hace un par de años, llegué como invitada porque había perdido el contacto desde que emigré a Bolivia; es decir, que hacía un montón de años que no presenciaba una de esas reuniones. Sobre el final del debate, uno por uno comenzó a decir lo que creía debía mejorar en su práctica cotidiana como militante. Es decir, ¡hacían autocrítica! Se me cayó la mandíbula, el culo, el prejuicio. En verdad no lo podía creer: dirigentes sociales haciendo autocrítica. Ahí pensé que esto de la nueva era trascendía fronteras.
Sin embargo, uno de esos compañeros que se autocriticaba tiempo después fue acusado de maltrato de género y apartado de la organización (o eso creo). No conozco los pormenores, pero no importa. Tal vez, para que esto del cambio interior y la autocrítica se corporicen, realmente hace falta sentarse en posición de loto y mirar hacia adentro con los ojos cerrados. Mujeres, hombres, o como te definas. Quedate así, sin hablar con nadie, 10 horas por día, durante 10 días y tu cabeza empieza a hablar y no para. Hasta que en algún momento para y empezás a sentir. Sentir. Sentir. Sentir.
¿Cómo es un feminismo desde el amor? ¿Se está haciendo en Argentina?, me pregunto si leyendo más sabré la respuesta, desde acá, Bolivia.
El empoderamiento, ¿será algo más que una falsa seguridad levantada sobre un castillo de arena que se cae ante la primera duda, construida para no caer ante la violencia ajena, erigida para competir contra tanta mierda? ¿Podemos compadecernos, perdonar a los hombres (o mujeres) que nos violentan? ¿O esto es muy síndrome de Estocolmo? ¿Podremos verlos como espejos que vienen hacia nosotras para mostrarnos nuestra propia violencia o para superar los karmas de vidas pasadas? ¿O esto es muy niu eish (new age)? ¿Dónde está la verdad? Una amiga muy mística decía que en cada una/o de nosotres. ¿Eso es la posverdad? O es el bla, bla, bla de boba.
Jamás pensé que escribiría algo así. Lo siento Carlos Marx, Rosa Luxemburgo y Simone de Beauvoir. Mañana me voy al Vipassana.
Las imágenes pertenecen a la autora.