Cuando escribí esta frase en Facebook despertó un montón de reflexiones. Hay algo que todavía asusta de la soledad. Hay una estética del solo que lo liga al universo de la tristeza, de lo incompleto. Algo nos falta cuando somos la tía solterona, la divorciada, la loca de mierda. La soledad se presenta como una consecuencia, no como una elección, como algo que justificar, como síntoma.
Escribí la frase al finalizar una performance que transmití por streaming sola desde mi casa. No puedo afirmar que mi soledad sea una decisión, pero sí puedo afirmar que tiene una estética, un discurso y una composición. Este escrito es un intento por entender algunos elementos de ese lenguaje y pensarlos como una herramienta para la composición.
Diseño constantemente mi soledad con la bombachita colgada de la canilla del baño, con el desparramo de prendas de salir en el living o con mi placar extenso lleno de zapatos y ropa de colores. Pongo como protagonista de mi casa a la máquina de coser negra con flores doradas de marca Singer –herencia de mi tía bisabuela– debajo de los libros de MODA de Taschen, uno de tapa rosa y el otro de tapa fucsia. Mi casa muestra todos los vicios de mi propio gusto.
Me encanta llegar a lo de un varón y ver sus decisiones en la decoración, las bebidas a la vista, algún autito de juguete y el televisor, me intriga ver cómo guardan las cosas en el baño. También adoro encontrar presencia territorial de las novias de mis amigos en sus casas como productos de diseño de bazares chinos, un shampú de laboratorio, toallitas o detalles de código femenino como estampados floreados.
Cada vez que me gusta un chico y voy a su casa me permito la fantasía de pensar en dónde ubicaría mis máquinas de coser. Hasta pensé reformas arquitectónicas y me visualicé tirando paredes o cerrando con durlock algún patio, sólo con el fin de imaginarme cosiendo un domingo sola, pero en la casa de otro. Yo también opero en contra de la soledad de otros.
No puedo hablar de la soledad, sólo puedo interpretarla estéticamente:
En El dormitorio en Arlés de Van Gogh la doble almohada no hace más que resaltar la soledad, dice Marta Zátonyi en una clase de doctorado. En Thank you for hurting me, I really needed that Melanie Bonajo hace una composición de autorretratos sobre un fragmento de su vida en donde el foco es su cara de tristeza. Las escenas son variadas y ella se registra tocando la guitarra, bañándose o abrazando a un amigo con la nariz colorada de llanto, o de frío. Hay recursos que resaltan estéticamente la ausencia de otros: un vestuario de entrecasa como un buzo de polar y un imaginario fotográfico propio de las redes sociales: la selfie.
En la selfie es el retratado quien decide estéticamente sobre su imagen. Es una decisión sobre uno mismo en tiempo real. Sin embargo, el autorretrato asociado a la soledad se vincula con el mundo de lo feo, del pathos. Incluso en la clásica selfie sexy en contrapicada de chicas en el baño que muestran el escote hay un preconcepto de algo malo, existe una incomodidad moral. Tal es así que, por ejemplo, el humorista gráfico Dr. Kurnicopia promociona en uno de sus chistes un desodorante llamado “brisa de dignidad” que elimina el olor a selfie del baño. Lo feo se materializa mediante el deseo carnal de ser vista y la ausencia de metáfora, entonces “la metáfora deja lugar a la acción y la brutalidad se impone sobre la vida humanizada” (Arte y Creación, p. 145).
Pero este formato, tan fuertemente acusado de narcisista, en muchos casos es también una herramienta para registrar la soledad. Además del plano, en la selfie está el contexto de lo cotidiano, el cepillo de dientes, el inodoro con la tapa abierta, el rollo de papel higiénico. Detalles de intimidad, objetos habituales nos hablan de otro lazo de la soledad con el interior, con lo interno y lo íntimo.
El orden de lo ordinario en algunos casos se presenta en la forma del desorden: “la cama sin hacer, el sueño sin dormir”. Un elemento compositivo que resalta el modo de vida de quien la habita, la idea de que no se reciben visitas, de que la casa está preparada sólo para quien la vive. Acá no entra nadie, no hay pretensión de convidar a nadie.
En la obra My Bed de Tracey Emin, esta idea se expone con una cama deshecha que exhibe vestigios de su vida alrededor de ella: botellas de alcohol, preservativos usados y basura. Pero en esta urgencia, el detalle casi angustiante que registra la soledad es que el lado del acompañante en la cama matrimonial está sin desarmar. Hay semen pero no hay con quien compartir la cama.
Malena Pichot también vincula a este mueble con la soledad en el capítulo “El lado frío de la cama” de La Loca de Mierda y explica: “La ausencia y el vacío, aunque se definen como conceptos abstractos, suelen materializarse en las pequeñas cosas de nuestra vida. El vacío se mostró al comer parada en la mesada. Ahora la ausencia del otro toma la forma del lado frío de la cama”.
El lenguaje de la soledad no tiene una forma concreta. Sino un modo de materializarse bajo la expresión del gusto singular de un solo sujeto. Entonces surge la pregunta sobre los destinatarios del mensaje en esta expresión del gusto.
Se puede esbozar una respuesta pensando en la ropa de entrecasa. En este caso, el placer del uso nos plantea un modo de ver la indumentaria vinculado con lo sensorial, más cercano a lo interno que a lo externo. Pero también tiene un lenguaje visual que todos podemos identificar, sin pensar en la forma concreta, donde el factor común es el confort de los sentidos, que también incluye la vista. Estar sola es una paja.
Hay una construcción estética en la mujer divorciada, hay un imaginario que da forma a la tía solterona. Hay una arquitectura, un diseño y una forma de registro en la soledad. Mostrar u ocultar esta soledad implica decisiones estéticas.