un horizonte blanco para la negritud

Julieta Novau

Al estudiar sobre utopías y horizontes comunes para elaborar el tercer número de boba “¡Hacia Marte!”, no nos sorprendió que muchas de las imágenes que aparecían fueran de varones blancos. Por eso, quisimos indagar sobre estas coordenadas, que se presentan como hegemónicas al pensar los proyectos compartidos. En Misiones nos cruzamos con Julieta Novau, que nos acercó un ejemplo atravesado por tensiones: la construcción del horizonte abolicionista a fines del siglo XIX en Brasil.

El tercer número de boba trata sobre mundos posibles e imaginarios de utopías. En este texto proyectamos esa reflexión hacia el pasado en un caso específico: la perspectiva en gran medida disidente del pensador brasileño Joaquim Nabuco en el siglo XIX a través de su ensayo El abolicionismo (O abolicionismo, 1883). Obra que otorga relevancia a las otredades africano-americanas como objeto de indagación, dentro del marco de la lucha histórica por la abolición de la esclavitud en Brasil, que se cumple tardíamente en 1888 en relación a otras zonas latinoamericanas en el período.

El ensayo ofrece una interpretación global sobre la conformación y desarrollo de la esclavitud en Brasil entendida como régimen inhumano e ilegal. El interés inicial del autor por el tema se vincula con sus aproximaciones biográficas a la esclavitud y sus filiaciones ideológicas. Por un lado, durante su infancia Nabuco vivió en el ingenio azucarero de su padre en Pernambuco. En el ingenio “Massangana” permanece en contacto cotidiano con los esclavos en las “senzalas” (recintos para esclavos), de manera que va articulando una especial proximidad con el mundo “otro” de los cautivos en su multiplicidad social, étnica y cultural. Por otro, desde su juventud, la filiación política con ideas liberales le posibilita consolidar su postura comprometida con el problema del esclavismo. Ambas experiencias serán consideradas por el letrado pernambucano a la hora de redactar la obra que lo consagra como uno de los principales abolicionistas del siglo XIX en Brasil, y que contribuirá a dar forma a un horizonte común.

En El abolicionismo el ensayista subraya el objetivo programático de contribuir a la defensa de los derechos humanos de los cautivos africanos y a la propagación de la libertad entendida, metafóricamente, como “semillas” esparcidas por una renovada y emergente generación de abolicionistas unidos por esa lucha, que cuenta con él mismo como exponente político-letrado.

En este punto, podemos pensar cómo un proyecto común, que se presenta como emancipador, puede guardar en su interior tensiones y contradicciones. En esta línea, queremos destacar el carácter atenuado de su proyecto de reforma gradual abolicionista y, con ello, la idea subyacente de la pasividad de los esclavos en la lucha por la propia emancipación, por lo cual enmarca la concreción de la libertad en el terreno parlamentario (el problema básicamente radica en los intereses de los hacendados que invirtieron en mano de obra esclava y la abolición implicaría la pérdida de la fuerza de trabajo). En este sentido, aunque sin abandonar su afán de legitimación, es notable que Nabuco asume con más fuerza la mirada elitista en su autoconfiguración como político y letrado abolicionista. Así, pueden verse sus límites ideológicos y de clase social porque, más allá de la inclusión simbólica de los cautivos como tema central de reflexión, en varios pasajes de su obra los define como “otredades” que necesitan de figuras mediadoras capaces de asumir su reclamo colectivo de justicia y humanidad. Además, al ser definida la abolición en términos pacíficos y graduales, la línea moderada propuesta por Nabuco se vuelve marcadamente conservadora del orden imperial vigente. A la vez, permite alejar el “fantasma” de la Rebelión haitiana (1791) y con ello atemperar el temor –siempre presente– por parte de los sectores blancos y dominantes de la época ante una masiva “africanización” de la nación.

Desde este horizonte, oscilando entre el acercamiento y la distancia, Nabuco observa y diagnostica los “males” que aquejan a la nación, entre los que enfatiza la numerosa presencia de negros y el atraso del país, teniendo en cuenta el paradigma occidental de pensamiento de progreso civilizatorio (es decir: civilización detentada por grupos hegemónicos, blancos y letrados). También postula una crítica amplia a la trata de africanos y a la esclavitud como sistema de explotación, pero su crítica no alcanza a los sectores sociales esclavistas en detalle y profundidad.

De manera general señala los excesos de violencia practicados por los amos en las plantaciones en complicidad con la indiferencia al respecto por parte de la iglesia católica. Esta denuncia tiene como objetivo fundamental relativizar la afirmación, frecuente en la época, de una “esclavitud blanda” en Brasil en comparación con otros países americanos, en base al “paternalismo benevolente” de los amos. Ambos elementos también están presentes en las ficciones antiesclavistas del siglo XIX (por ejemplo: A escrava Isaura de Bernardo de Guimarães y O tronco do Ipê de José de Alencar), ofreciendo así una mirada “tranquilizadora” de los esclavos como otredades primitivas y dóciles susceptibles de asimilación al orden nacional en base al “blanqueamiento” como un proceso de “purificación”, donde el elemento negro es diluido por el factor blanco permitiendo así a los mulatos y negros alcanzar un estado “adelantado” de civilización.

Se mantiene aquí la presunción de la superioridad blanca junto con la adscripción de una innata inferioridad afro. En esta dirección, el tema del mestizaje adquiere peculiar relevancia. En El abolicionismo el planteo, desde una visión positiva, de un mestizaje conciliador de las diferencias (raciales, sociales y culturales) instaura una concepción homogénea de nación, anticipando lo que posteriormente se denominará el “mito de la democracia racial” (definido como la capacidad de la sociedad brasileña de integrar armónicamente mestizos y negros).

De esta manera, puede advertirse que la estructura argumentativa de El abolicionismo traza un movimiento continuo entre la reivindicación y el distanciamiento crítico respecto de los esclavos. En este movimiento, aunque en muchas ocasiones mantenga el enfoque dominante sobre el esclavismo y no logre despojarse de él, uno de los aportes más decisivos que Nabuco elabora en su ensayo es denunciar la esclavitud como un régimen criminal e inhumano a la vez que lo indaga como fenómeno social abarcador buscando su abolición absoluta e inmediata. Así, la propaganda abolicionista, direccionada en base a la igualdad de los derechos del hombre, se configura como un horizonte compartido que busca la posibilidad de expandirse abonando el territorio nacional con la imagen germinal de un futuro promisorio y renovado por “las semillas nuevas de la libertad”.

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