bb: Hace unos días, Julio, un ex compañero de trabajo y militancia gremial de Edgardo, nos contó sobre la relación y las experiencias que tuvieron juntos. ¿Cómo recuerdan ustedes este desdoblamiento de espacios y tareas entre el ámbito gremial y el artístico?
JLG: Mirá, recién estábamos recordando algunas cosas. Nada se puede separar demasiado en la vida y en la obra de Vigo. Porque él era absolutamente provocador, no era ni un empleado paciente, ni un artista paciente. Siempre lo califico como un tembladeral, un terremoto. Era la revolución constante.
Teníamos reuniones grupales esporádicas. Discutíamos un tema el jueves, el sábado nos encontrábamos de vuelta y ¡PUN!… te decía: Estuve pensándolo mejor, eso ya no existe ¡tenemos que ir más allá! Era así siempre, en todos los aspectos de su vida.
LP: Nosotros hablábamos de arte efímero, de materiales descartables, de la no memoria en el año ‘66. Pero él, al mismo tiempo, estaba haciendo otro camino. Era fantástico, tenía un sentido del humor especialísimo. Su despacho era el clásico despacho del Poder Judicial, de madera finísima, con un escritorio… y él estaba sentadito con los expedientes, aparentemente un empleado más. Pero si uno empezaba a mirar veía cosas: adosado al escritorio tenía una estructura de metal con una bolsa de suero colgada, eso se llamaba “suero antiletrado”. Llegaban los abogados, los letrados, a dejar un expediente y se encontraban con “suero antiletrado”, una bolsa llena de un líquido que no se sabía qué era.
Una vez expuso dos pelotas de telgopor, unidas a un hilo, colgadas de una pared. ¿Qué nombre tenía esa obra? “Las bolas por el suelo”. Porque estaba harto del gobierno.
bb: ¿Y se acuerdan de alguna otra anécdota?
JLG: Imaginate lo que era él en un lugar como Tribunales o en el colegio. Tenía tanta fuerza creativa y tanto desdén por las convenciones. Eso lo mantenía parado en lo que pensaba. Era una fuerza indestructible. Hay una anécdota de cuando era docente: un primer día de clases llega con la corbata pasada por sobre el nudo y un reloj que era solo manecillas. Los chicos esperaban a un profesor que llegara y dijera: copien este yeso. Pero Edgardo sacó del portafolio un rollo de papel higiénico, lo puso sobre una mesa y preguntó: ¿Qué es esto? Jejeje, los chicos se reían hasta que uno dice: ¡Papel higiénico, profesor! –¿Y para qué sirve? –les pregunta Edgardo. –Bueno, para limpiarse –dijo el más audaz. A lo que él les responde: –Todo lo que ustedes dicen es verdad, pero también puede ser una obra de arte, depende cómo lo miremos, qué actitud, qué intención tengamos. Ese era Vigo, ¿entendés? Sacaba a los chicos de las clases, no para llevarlos al museo a ver cosas inanimadas, los llevaba a ver semáforos, personas entrando a los bancos, caminando por la calle. Les revolcaba la cabeza.
bb: ¿Cómo conocen esto? ¿Él los invitaba a sus lugares de trabajo?
LP: ¡Sí! Nosotros nos reuníamos en su oficina del Poder Judicial.
JLG: Nos citaba ahí, en su casa o en la terraza. Para hacer fotos, para hablar…
bb: ¿Y cómo eran esas reuniones?
LP: Apretadas jajaja. En su casa, en un cuartito chico estábamos Gancedo, Ginzburg, Vigo, vos [en referencia a JLG] y yo. El cuartito estaba lleno de tacos de xilografías, papeles…
JLG: Bibliotecas…
LP: ¡Ah, la biblioteca era única! Mirá, yo lamento mucho que no esté por ahí la obra “La flaca grabada”. Porque era un hombre que amaba a su esposa. Una mujer fundamental en su vida y en la nuestra. Elena era traductora del francés. En el año ‘66, en Argentina no había libros sobre Tzara, Duchamp, Tinguely, no existían. Pero ellos tenían una biblioteca de eso, de libros comprados en francés y traducidos. Entonces nosotros teníamos un conocimiento que no tenía nadie. Estábamos todos apretados y a veces se armaban unas… Un día, cuando estábamos todos agarrados, me dice: ¿usted qué lee? Yo le digo: leo a Neruda. ¿Ese gordo libidinoso y borracho lee todavía?, me dijo y sacó un libro –nunca me voy a olvidar–, un libro de este tamaño y me hizo así [hace un movimiento imitando un golpe en el hombro con el libro]. “Los caligramas” era.
JLG: Te pegaba con Apollinaire, jejeje.
LP: Yo le decía ¿cómo leo esto? Yo venía de decir: “Me gustas cuando callas porque estás como ausente…” jajaja.
bb: Y luego de tantas charlas, agarradas y discusiones…
JLG: Años después hicimos una cosa terriblemente sacudidora que se llamó arte de consumo. Lo organizamos todo nosotros. La jugada más dura era, no solo abandonar museos y galerías, sino transformar Federico V, que era una boite, en galería de arte. Recuerdo que nos pagaban con Whisky.
LP: Sí, a la entrada había un túnel de plástico –que la gente rompió porque entraron agarrándose– y adentro había unos doce artistas haciendo lo suyo en vivo y en directo. Por ejemplo, Vigo estaba con una estructura extraña que tenía una vela encendida y entre la gente que gritaba, fumaba, tomaba, se emborrachaba, él pasaba casi invisible. Jorge hizo un panel con unos dibujos y su cara, era una especie de afiche viviente. En ese momento yo me preguntaba ¿qué es el arte? y decía: El arte es ser siempre otro. En ese happening me disfracé del Marqués Luis de Fontainebleau, eternamente joven. Víctor Grippo repartió té anti-Romero, porque a esa muestra en vivo y en directo vino Romero Brest.
JLG: Y había una banda musical…
JP: ¡Diplodocus Roland Band!
JLG: …que luego fue Los Redonditos de Ricota. La gente desbordaba las calles, no se podía caminar. Una vez, vino la policía a ver cuándo terminaba. Esto era en el setenta y pico, inicios de los ‘70…
bb: ¿Estaban imaginando una nueva forma de estar en el mundo?
JLG: ¡Absolutamente! A partir de eso nos convocaron del Di Tella donde hicimos varias cosas, entre ellas la exposición de Novísima Poesía. Ya ahí Edgardo tenía algún reparo en la manera de mostrar lo que hacía.
bb: Hay una interesante contradicción, Vigo siempre fue un artista molesto para las instituciones, ¿qué les parece que ahora circule tanto en…
LP: …en el corazón de la burguesía.
JLG: Edgardo no era de museos, sus máquinas inútiles eran ordinarias. Las máquinas son comprensibles a la vista y al comentario, pero son absolutamente revulsivas. Lo que pasa ahora es que la obra de Vigo creció de manera exponencial después de su muerte, después de que los investigadores comenzaron a mirarla con otros ojos, con una inteligencia vital. La obra tomó una dimensión gigante y mantenerla en un lugar cerrado con tres llaves es injusto. Además, tal vez tu comentario tenga que ver con lo que Vigo pensaba en aquel momento. Yo te decía que era un terremoto y creo que hoy opinaría distinto. Me parece que es justo que se muestre su obra.
LP: Estoy totalmente de acuerdo. Hay días en los que he sentido rabia porque no lo reconocían, ¡bronca! Porque él lanzaba un número especial de la revista, un libro objeto, un objeto extravagante y nadie lo reconocía. Había un precio que pagar por ser platense. Esto parece exagerado, pero estos 60 kilómetros que nos separan de Buenos Aires son 60.000.
JLG: Muchas veces los críticos decían: ustedes, con todo lo que han hecho, no han tenido repercusión porque vivían en La Plata, ¿entendés? Parece una anécdota pueblerina, pero no lo es.
bb: ¿Y qué sucedió con todo eso?
JLG: En La Plata está el Centro de Arte Experimental Vigo que lleva una tarea esencial.
JP: Podés pasar días enteros… Ana María le dijo, antes de morir: Edgardo, hay demasiadas cosas… hay que ordenar. Y él le respondió: no tengo tiempo.
JLG: Porque lo que se expone ahora en OSDE y en el MAMBA es una pequeña muestra de todo lo que hay ahí. Además Vigo tuvo la certeza del futuro, habló con su familia y con Ana María, armó una fundación antes de morirse y le cedió toda su obra y su archivo. ¿Entendés? No es que tuvimos que ir a su casa y sacar de debajo de los colchones.
bb: Para ir cerrando, ¿cómo lo recuerdan a Vigo?
LP: Yo rescato al docente, porque enseñaba todo el tiempo, al humorista y al hombre de una ética insoslayable. Todos hemos tenido todo tipo de agachadas en la vida, pero él era de una rectitud extrema. No represivo, rectitud, que es otra cosa.
JLG: “El maestro”, como lo llamábamos nosotros…
LP: Se enojaba. “¡Yo no enseño nada!”, decía… y enseñaba todo.